He tenido que revisar el calendario para confirmar que hace poco más de una semana que entré en Bolivia, tengo la sensación de que han pasado muchas cosas desde entonces. Ciertamente llegué a La Quiaca el lunes de la semana pasada. El viento parecía querer regalarle a Bolivia toda la arena sobrante de la Quebrada de Humahuaca, y la poca gente que andaba por las calles lo hacía embozada. Comí en una fonda nada turística donde tuve la sensación de haber pasado ya la frontera. Decidí pasarla cuanto antes, sin acercarme al cartel-monumento donde se fotografía la gente, junto a la inscripción: A Ushuaia…, que había visto al pasar, a la entrada del pueblo, lejos de la salida que ya me quedaba cerca.
Nada más entrar en Bolivia te llevas la alegría de encontrarlo todo muy barato. Por dar un mínimo ejemplo: los caramelos choco-maní (mis favoritos), la diferencia con Argentina es de 3 x 1 ¡Y eso que seguramente estén fabricados allí!... Pues así todo… (Para quienes no consuman caramelos y desconozcan las cotizaciones les diré que el taxi que me llevó desde la frontera hasta la plaza de Villazón no haría más de 5 ó 6 cuadras pero me cobró menos de 30 céntimos de euro). El problema es que en seguida compruebas que los países muy baratos lo son por pobres, con todas las incomodidades que conlleva, y entonces a la mayoría ya no le hace tanta gracia. Porque claro, lo siguiente es seguir camino, por ejemplo Villazón-Potosí = 10 horas de ruta sin asfaltar, en un colectivo lleno de gente, de olores, de polvo… Hacen una publicidad estatal de TV en la que anuncian: Durante los 40 años anteriores a Evo se asfaltaron algo más de cuatro mil kilómetros de carreteras. Él se ha comprometido a terminar otros tres mil en sus cinco años de mandato… ¡Quién sabe si le den tiempo!... ¡Cuatro mil y pico kilómetros de carreteras asfaltadas! Para hacerse otra idea: España es la mitad en superficie total y tiene cerca de setecientos mil kilómetros de carreteras asfaltadas. Esta relación precio-comodidades ocasiona que el país tenga también uno de los turismos más baratos del mundo. Aquí he visto discutir a jóvenes europeos por dos bolivianos (menos de 20 céntimos de euro), lo que no harían en su país por un abuso parecido o incluso más caro, y eso que allí discutirían en su idioma, claro que a lo mejor lo que más les molesta es que quieran aprovecharse de su ignorancia verbal, que no aritmética. Por cierto, aquí la moneda se denomina como ellos, y no suelen emplear ni diminutivos ni apodos para designarla, hablan de los precios como de ellos mismos, en bolivianos.
Me quedé a dormir en Villazón (que se llama así por un apellido y no porque sea un pueblote) pues prefería hacer el viaje de día. Los Andes vistos desde el Altiplano parecen cerros pequeños, porque como ya se camina a unos cuatro mil metros de altitud. Además, en su mayoría no se ven muy agrestes, sino más bien con formas romas o como grandes dunas. Se confirma a simple vista lo duro de vivir aquí, con la fatiga de la altura, la tierra yerma, el potente sol del mediodía y el frío intenso cuando no está… Durante cientos de kilómetros sólo se ven caseríos dispersos, con paredes de adobe y techos de paja, con burros y llamas por toda movilidad. El trayecto en el viejo colectivo también se hace duro y pesado: los baches, las vibraciones, la polvareda, el ruido…, los olores, viven muy pobremente, con poca agua y demasiado frío como para oler seguido a limpio.
No es fácil imaginar que Potosí era en el siglo XVII la ciudad más poblada de América, y la mina de plata más rica del orbe. Lo único que sí sigue siendo es de las ciudades a mayor altitud del mundo: 3960 m.s.n.m. La primera tarde no me moví mucho, arrastraba un ligero catarro y me costaba respirar. La mañana del miércoles salí temprano, recorrí el centro sin altibajos, fui a una terraza mirador que había visto la noche anterior en una iglesia, arriba en el tejado, apenas dos pisos de escalera de caracol. Cuando llegué faltó poco para que me desmayara, por suerte había unos gringos barbudos que me ofrecieron hoja de coca (y me hicieron esa foto masticando y con el cerro Rico al fondo). Cuando nos separamos, casi dos horas después, fui directamente a comprar una bolsa en el mercado. Desde entonces la llevo siempre conmigo, como los chocomanís. Ese mismo día no habría visto casi nada de Potosí de no haber ido masticando esas hojas. Como dicen aquí: no es cocaína, sino algo natural y necesario. Recuerdo que siendo niño todavía escuchaba de vez en cuando la frase: “Vale un Potosí”. Ahora el cerro Rico, que domina imponente toda la ciudad, está casi vaciado e intentan rellenarlo de turistas en excursión, de ese turismo “pobre” del que vive la ciudad empobrecida.
No pensaba ir a Uyuni, había visto muchas fotos del salar y con eso me conformaba, pero un natural inteligente me dijo que quien viene a Bolivia no debe irse sin pasar por el salar y por el Titicaca, y me alegró haberlo hecho caso. La ciudad de Uyuni es pequeña, pobre, plana y con poca gracia, pero se ven más turistas que en ninguna otra, por el salar. Es espectacular, sobran las palabras, un inmenso lago en el que sólo queda sal. Tuve que recurrir a otra excursión típica de turistas, en furgoneta, donde paras, foto, subes y así, hasta que te llevan a una isla, la del pescado (seguramente su nombre venga porque está para pescar turistas) donde te cobran por dar un paseo (sea dentro o en derredor) y comes en su orilla un refrigerio incluido en la excursión. Aquella misma tarde quise salir hacia La Paz pero, como no había sacado billete por si decidía lo contrario, no encontré ya en ninguna de las tres únicas compañías que salen (las tres sólo a la misma hora: 20:00) y tuve que quedarme. Saqué ya boleto para el día siguiente, porque en estos meses hay mucha demanda, y volví al mismo hotel. Aquella noche me puse bastante mal: diarrea, vómitos, mareo. No sé si fue algo que comí o insolación. Al día siguiente negocié con el hotel el pago de media pensión por quedarme hasta las 19:00 en la cama (a base de antidiarreicos y paracetamol) y decidí salir de viaje toda la noche hasta La Paz, en un colectivo que bien habría podido pertenecer a la empresa constructora de la Torre de Babel, sólo iban seis bolivianos y también hablaban en aymara o en quechua.
Amanecí el domingo llegando a La Paz, en un viaje sin incidentes, incluso conseguí dormir cuando sobre las 3 AM dejamos atrás el camino de ripio. Al principio pensé hacer esa misma tarde las tres horas que me faltaban para llegar al Titicaca, y descansar en sus orillas de una vez, por lo que al salir de la Terminal negocié con un taxista una vuelta por la ciudad antes de dejarme donde salían los micros que me traerían aquí. Resultó ser un taxista instruido y gracioso que me paseó por muchos sitios, me llevó a tomar un desayuno con “mate de coca” (así lo llaman aquí) después a un sitio típico donde comer y, como volví a sentirme mal a pesar de otro mate de coca, a un hotel donde dormí hasta la noche. El centro de La Paz parece muy acogedor de noche, la ciudad está metida en una hoya, rodeada de montañas pobladas, y por la noche es como si la hubiesen metido en una caja con las paredes cubiertas de luces. La Paz es como si fuesen varias ciudades pegadas, están las villas que rodean el centro, pobres las del norte y ricas las del sur, luego está el centro mismo, con una parte histórica y otra más financiera, y arriba de la hoya, en el Altiplano, hay otra ciudad llamada El Alto.
Al fin, entre unas cosas y otras, la tarde del lunes conseguí instalarme en una habitación frente a la playa de Copacabana. Sí, esa playa de la foto es la de Copacabana, nada que ver con la otra famosa de Rio de Janeiro, esta es la playa de un pueblo llamado Copacabana, el más importante de la costa boliviana del lago Titicaca. Y entre ayer y hoy, además de pasear y descansar, he conseguido escribir estos dos últimos aportes para el blog, en una mesa desde donde tengo la vista de esas dos fotos y con una buena jarra de agua caliente, con bolsitas de una infusión llamada trimate que se compone de anís, manzanilla y coca, y que es una lástima que no vendan en todo el mundo, porque daría vitalidad a quien la necesite y ayudaría a la economía de este país que anda tan jodido y con tantos líos políticos. Pero de su situación política ya hablaré en el próximo aporte, porque por hoy ya está bien. Cierro con mi Haiku, y echando de menos tu aporte en los comentarios.
Cactus del cerro
Centinelas de nubes
Sin esperanza
Nada más entrar en Bolivia te llevas la alegría de encontrarlo todo muy barato. Por dar un mínimo ejemplo: los caramelos choco-maní (mis favoritos), la diferencia con Argentina es de 3 x 1 ¡Y eso que seguramente estén fabricados allí!... Pues así todo… (Para quienes no consuman caramelos y desconozcan las cotizaciones les diré que el taxi que me llevó desde la frontera hasta la plaza de Villazón no haría más de 5 ó 6 cuadras pero me cobró menos de 30 céntimos de euro). El problema es que en seguida compruebas que los países muy baratos lo son por pobres, con todas las incomodidades que conlleva, y entonces a la mayoría ya no le hace tanta gracia. Porque claro, lo siguiente es seguir camino, por ejemplo Villazón-Potosí = 10 horas de ruta sin asfaltar, en un colectivo lleno de gente, de olores, de polvo… Hacen una publicidad estatal de TV en la que anuncian: Durante los 40 años anteriores a Evo se asfaltaron algo más de cuatro mil kilómetros de carreteras. Él se ha comprometido a terminar otros tres mil en sus cinco años de mandato… ¡Quién sabe si le den tiempo!... ¡Cuatro mil y pico kilómetros de carreteras asfaltadas! Para hacerse otra idea: España es la mitad en superficie total y tiene cerca de setecientos mil kilómetros de carreteras asfaltadas. Esta relación precio-comodidades ocasiona que el país tenga también uno de los turismos más baratos del mundo. Aquí he visto discutir a jóvenes europeos por dos bolivianos (menos de 20 céntimos de euro), lo que no harían en su país por un abuso parecido o incluso más caro, y eso que allí discutirían en su idioma, claro que a lo mejor lo que más les molesta es que quieran aprovecharse de su ignorancia verbal, que no aritmética. Por cierto, aquí la moneda se denomina como ellos, y no suelen emplear ni diminutivos ni apodos para designarla, hablan de los precios como de ellos mismos, en bolivianos.
Me quedé a dormir en Villazón (que se llama así por un apellido y no porque sea un pueblote) pues prefería hacer el viaje de día. Los Andes vistos desde el Altiplano parecen cerros pequeños, porque como ya se camina a unos cuatro mil metros de altitud. Además, en su mayoría no se ven muy agrestes, sino más bien con formas romas o como grandes dunas. Se confirma a simple vista lo duro de vivir aquí, con la fatiga de la altura, la tierra yerma, el potente sol del mediodía y el frío intenso cuando no está… Durante cientos de kilómetros sólo se ven caseríos dispersos, con paredes de adobe y techos de paja, con burros y llamas por toda movilidad. El trayecto en el viejo colectivo también se hace duro y pesado: los baches, las vibraciones, la polvareda, el ruido…, los olores, viven muy pobremente, con poca agua y demasiado frío como para oler seguido a limpio.
No es fácil imaginar que Potosí era en el siglo XVII la ciudad más poblada de América, y la mina de plata más rica del orbe. Lo único que sí sigue siendo es de las ciudades a mayor altitud del mundo: 3960 m.s.n.m. La primera tarde no me moví mucho, arrastraba un ligero catarro y me costaba respirar. La mañana del miércoles salí temprano, recorrí el centro sin altibajos, fui a una terraza mirador que había visto la noche anterior en una iglesia, arriba en el tejado, apenas dos pisos de escalera de caracol. Cuando llegué faltó poco para que me desmayara, por suerte había unos gringos barbudos que me ofrecieron hoja de coca (y me hicieron esa foto masticando y con el cerro Rico al fondo). Cuando nos separamos, casi dos horas después, fui directamente a comprar una bolsa en el mercado. Desde entonces la llevo siempre conmigo, como los chocomanís. Ese mismo día no habría visto casi nada de Potosí de no haber ido masticando esas hojas. Como dicen aquí: no es cocaína, sino algo natural y necesario. Recuerdo que siendo niño todavía escuchaba de vez en cuando la frase: “Vale un Potosí”. Ahora el cerro Rico, que domina imponente toda la ciudad, está casi vaciado e intentan rellenarlo de turistas en excursión, de ese turismo “pobre” del que vive la ciudad empobrecida.
No pensaba ir a Uyuni, había visto muchas fotos del salar y con eso me conformaba, pero un natural inteligente me dijo que quien viene a Bolivia no debe irse sin pasar por el salar y por el Titicaca, y me alegró haberlo hecho caso. La ciudad de Uyuni es pequeña, pobre, plana y con poca gracia, pero se ven más turistas que en ninguna otra, por el salar. Es espectacular, sobran las palabras, un inmenso lago en el que sólo queda sal. Tuve que recurrir a otra excursión típica de turistas, en furgoneta, donde paras, foto, subes y así, hasta que te llevan a una isla, la del pescado (seguramente su nombre venga porque está para pescar turistas) donde te cobran por dar un paseo (sea dentro o en derredor) y comes en su orilla un refrigerio incluido en la excursión. Aquella misma tarde quise salir hacia La Paz pero, como no había sacado billete por si decidía lo contrario, no encontré ya en ninguna de las tres únicas compañías que salen (las tres sólo a la misma hora: 20:00) y tuve que quedarme. Saqué ya boleto para el día siguiente, porque en estos meses hay mucha demanda, y volví al mismo hotel. Aquella noche me puse bastante mal: diarrea, vómitos, mareo. No sé si fue algo que comí o insolación. Al día siguiente negocié con el hotel el pago de media pensión por quedarme hasta las 19:00 en la cama (a base de antidiarreicos y paracetamol) y decidí salir de viaje toda la noche hasta La Paz, en un colectivo que bien habría podido pertenecer a la empresa constructora de la Torre de Babel, sólo iban seis bolivianos y también hablaban en aymara o en quechua.
Amanecí el domingo llegando a La Paz, en un viaje sin incidentes, incluso conseguí dormir cuando sobre las 3 AM dejamos atrás el camino de ripio. Al principio pensé hacer esa misma tarde las tres horas que me faltaban para llegar al Titicaca, y descansar en sus orillas de una vez, por lo que al salir de la Terminal negocié con un taxista una vuelta por la ciudad antes de dejarme donde salían los micros que me traerían aquí. Resultó ser un taxista instruido y gracioso que me paseó por muchos sitios, me llevó a tomar un desayuno con “mate de coca” (así lo llaman aquí) después a un sitio típico donde comer y, como volví a sentirme mal a pesar de otro mate de coca, a un hotel donde dormí hasta la noche. El centro de La Paz parece muy acogedor de noche, la ciudad está metida en una hoya, rodeada de montañas pobladas, y por la noche es como si la hubiesen metido en una caja con las paredes cubiertas de luces. La Paz es como si fuesen varias ciudades pegadas, están las villas que rodean el centro, pobres las del norte y ricas las del sur, luego está el centro mismo, con una parte histórica y otra más financiera, y arriba de la hoya, en el Altiplano, hay otra ciudad llamada El Alto.
Al fin, entre unas cosas y otras, la tarde del lunes conseguí instalarme en una habitación frente a la playa de Copacabana. Sí, esa playa de la foto es la de Copacabana, nada que ver con la otra famosa de Rio de Janeiro, esta es la playa de un pueblo llamado Copacabana, el más importante de la costa boliviana del lago Titicaca. Y entre ayer y hoy, además de pasear y descansar, he conseguido escribir estos dos últimos aportes para el blog, en una mesa desde donde tengo la vista de esas dos fotos y con una buena jarra de agua caliente, con bolsitas de una infusión llamada trimate que se compone de anís, manzanilla y coca, y que es una lástima que no vendan en todo el mundo, porque daría vitalidad a quien la necesite y ayudaría a la economía de este país que anda tan jodido y con tantos líos políticos. Pero de su situación política ya hablaré en el próximo aporte, porque por hoy ya está bien. Cierro con mi Haiku, y echando de menos tu aporte en los comentarios.
Cactus del cerro
Centinelas de nubes
Sin esperanza
2 comentarios:
Estamos junto a otra cuna de la civilizaciones... el Mediteráneo. Menorca es una belleza... a veces solitaria y a veces llena de gente. Algunas calas son de arena blanca.Te seguimos. besos de Candela y Lola.
Excelente aporte!!! soy Mariel de la Provincia de Jujuy. Este año tengo pensado viajar a cuzco peru,pero para llegar ahi quiero hacer pueblos intermedios. Queria preguntarte cuanto mas o menos gastaste en pasaje de villazon a potosi, de potosi a uyuni y uyuni a la paz. Y cuantas horas son de uyuni a lapaz y de esas horas cuantas con ripio, Bueno te agradeceria mucho la info. Mil gracias y te agradeceria mucho la infirmacion
besos Mariel
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