jueves, 30 de octubre de 2008

Diario de a bordo

Primer día. Embarcamos el miércoles 22, un día después de lo previsto, el capitán quería completar el pasaje. Nos ha citado sobre las 11 de la mañana en el Club Náutico, para que almorcemos allí, nos habituemos un poco al barco y esperemos los trámites de salida; él mismo se encarga de nuestras visas. Almorzamos y esperamos, y esperamos, y esperamos… Comienzo a leer las historias de Lituma, aunque he dejado atrás los Andes; aquí sería más lógico los orígenes de Gabo, o mejor aún el Maqroll de Mutis, pero he intercambiado con el vasco a Rómulo por Mario y es lo que hay. Dejamos el amarre al atardecer, y vamos a otro muelle porque todavía nos falta subir la moto de un brasileiro que viene con ella desde su ciudad, muy cerca de Brasilia. El pasaje es variado, aunque se impone la lengua inglesa: dos australianos, un inglés, un californiano y una pareja sueca. Siete varones (ocho con el capitán) y una mujer. El brasileño entiende inglés menos aún que yo. El capitán sí lo habla bastante bien porque ha navegado por todo el mundo con gente de todas partes, y el portugués porque nació en Brasil, y el español porque lleva 20 años en Colombia, y el francés porque de allí son sus orígenes y nacionalidad… Nosotros dos tenemos la misma edad, el brasileiro diez años menos y los otros seis pasajeros están lejos de la treintena. Cuando salimos de la bahía de Cartagena es noche cerrada. El mar está muy picado, se mueve sin ritmo, como batea en manos temblorosas. El capitán dice que allí siempre es así, porque los arrecifes del fondo rompen el compás del oleaje. Poco después mis compañeros de pasaje están todos mareados, los siete, aunque sólo dos vomitan. Tres prefieren bajar a los camarotes, los otros se van tumbando en cubierta, incluso en el suelo. Llega un momento en que los únicos que mantenemos los ojos abiertos somos el capitán y yo (y su caniche), incluso él se duerme a ratos, con un reloj que lo avisa cada 15 minutos para ver si todo va bien. Sobre las 2:00 bajo a mi camarote, soy el único que no compartirá cama porque el brasileño ha elegido dormir todas las noches en el sillón del comedor. Aun así duermo muy poco.
Segundo día. Lo primero que noto al despertar es el vaivén exagerado del velero. Amanece. Pienso que los pasajeros siguen mareados pero van apareciendo bien y con apetito. Ese día es todo de navegación, no llegaremos a las islas hasta el siguiente amanecer. Veo que el Caribe en alta mar es de un azul intenso, sólo es verdoso cuando hay poco fondo, como lo he conocido siempre antes. Las horas transcurren entre lecturas y charlas. Sólo hay dos del grupo que no llevan libro, sólo podemos conversar en dos grupos: anglófonos y lenguas ibéricas. Por la tarde ya estoy harto del mar, del velero, de los anglosajones… Sé que el viaje se me hará largo. Al atardecer pica un pez en una de las dos cañas que llevamos a los lados. Es un gran dorado, de hermosos colores, que se agita como loco hasta que el capitán le da un trago de ron. Explica que el alcohol los mata rápido, pienso que al menos mueren sedados. Cuando se hace de noche los pasajeros vuelven a marearse. El capitán dice que es normal porque con la oscuridad se pierden las referencias. Está muy cansado y me pide si puedo estar de guardia hasta que quiera irme a dormir. Lo aviso cuando llega a nosotros una lluvia que pronto se convierte en tormenta torrencial y atronadora. Bajo a la cama sobre las 3:00 pero a pasar del sueño no duermo apenas. Demasiado ruido. Recuerdo la greguería de don Ramón: “Un trueno es un baúl que cae por las escaleras del cielo”. Esta noche deben andar de mudanza.
Tercer día. Subo a cubierta con el alba. A los lados se ven algunas islas del archipiélago de San Blas. Hay 365 islas, aunque no sé si incluyan las que no tienen más que una palmera, como esas isletas donde los humoristas gráficos sitúan a los náufragos. Muchas no tienen más de mil metros cuadrados, como una parcela de urbanización. Algunas son incluso bastante más pequeñas, parecen granos peludos que le han salido al mar, matojos de palmeras en macetas flotantes. Si con el aumento del nivel de las aguas no desaparecen todas estas islas habrá unas cuantas más dentro de un siglo, hay lugares en medio del mar donde sólo cubre por las rodillas. Anclamos frente a un grupo de islas que llaman Cayo Holandés. Visitamos una isla habitada y otra que no lo está, en la primera sólo hay dos pequeños grupos de cabañas en cada extremo, en la otra no hay caminos y todo es una selva de matorral y palmeras. A mediodía el sol es un cañón de fuego. No quiero exponerme y me baño incluso con camiseta, pero de pronto me lanzó a ese buceo superficial que llaman “snorkel”, me quito la camiseta sin pensar en el protector y acabo con la espalda como un tomate. Otra noche más que me costará dormir.
Cuarto día. Al amanecer nos movemos hasta otras isletas que llaman Chichimé. Anclados allí pasamos el día. Visitamos y nos visitan los indios kuna. En total hay unos 50 mil en estas islas, su Reserva con el nombre Kuna Yala. Son propietarios de las parcelas que ocupan y trabajan, pero no pueden venderlas. Tampoco pueden vivir en las islas quienes no sean kunas, me dicen que algunas mujeres se han marchado a Tierra Firme tras casarse con mestizos. Sólo las mujeres hacen las artesanías que venden a turistas. Hay hombres que también las hacen, pero sólo cuando se consideran mujeres, sin que se les margine. En una de las isletas vemos el caso curioso de un niño kuna que es albino. Paso la mayor parte del día leyendo. Me arde la espalda y ya no estoy a gusto ni sentado.
Quinto día. Llego a ese domingo, 26 de octubre, aburrido de tanto mar y tanto sol. No tengo ganas de pasear por las isletas ni por el agua, no estoy en condiciones de broncearme ni lo pretendo. Comprendo que esta excursión sólo tendría gracia para mí si fuese con un grupo de amistades, y aún mejor con enamorada. Los paisajes magníficos sólo los disfrutas del todo si estás acompañado de quien quieres. Ha sido una experiencia que deseaba pasar y que no pienso repetir. Supongo que para mucha gente un viaje así de exótico será muy apetecible, pero en este caso no pienso hacer nada por entender a tanta gente. Ese día ocurre lo mejor del viaje, compramos a los pescadores kuna dos centollos y una langosta para cada uno, por un dólar y medio cada langosta y seis los dos centollos. Un banquete baratísimo. Después de almorzar navegamos hasta El Porvenir, la isla administrativa de los kuna y el gobierno panameño, donde te ponen la visa en el pasaporte. Una vez resuelto, poco antes de anochecer, cruzamos a ver la población más importante, una pequeña isla totalmente cubierta de chozas con paredes de caña y techos de palma. Las noches anteriores, que estuvimos anclados frente a las isletas, cenamos junto a una hoguera en la playa como parte de las actividades fijas de este tipo de excursiones. Luego acabábamos bebiendo unas copas en el barco y cada cual se acostaba cuando quería. Las dos noches acabé conversando a solas con el capitán hasta bastante tarde, animados ambos por una comunicación fluida e intimista. Esta noche del domingo estamos tan cansados que todos se van a dormir poco después de cenar en el barco. Me quedo un buen rato tumbado en la proa mirando a las estrellas, es uno de los momentos más felices en toda mi larga excursión por el continente; pienso que finalmente ha merecido la pena este viaje marítimo, aunque no lo repetiría, carezco de espíritu marinero. Y todavía nos falta otro largo día de navegación.
Sexto día. Normalmente, después del desayuno, el capitán acerca al pasaje hasta El Porvenir y cada quien se busca la vida para llegar al continente y a la ciudad de Panamá o donde vaya. Pero esta vez tenemos todos otros destinos y el capitán, previo pago, nos dejará en ellos. La pareja de suecos y el inglés vuelven a Chichimé para pasar allí tres días más alojados por los kuna, que por 10 dólares diarios te prestan una hamaca y te dan tres comidas diarias a base de pescado, arroz y plátanos. El resto vamos hasta Portobelo, pequeño puerto en una de las bahías más conocidas de Panamá. Antes de salir de Chichimé se estropea el motor, nos cuesta dar la vuelta y navegamos únicamente a vela. El mar está más agitado que ninguno de los otros días, sólo en los que estuvimos anclados estuvo tranquilo. Las horas se hacen largas, antes del almuerzo termino de leer a Lituma en los Andes y me paso el resto del día tumbado en el cajón de proa. Cuando comenzamos a entrar en la bahía de Portobelo, orzando para avanzar sin motor, se pone a llover (a mares que es lo suyo). Nos lleva varias horas acercarnos al pueblo y cerca de la medianoche anclamos algo lejos. Al fin esa noche duermo mejor.
Séptimo día. Al subir a cubierta, y ver la belleza de esa bahía, comprendo que mi amigo Juancho se quedara prendado de este sitio cuando vivió aquí durante varios meses. Traigo, gracias a él, el dato de una española que vive aquí. Voy con el capitán al pueblo a primera hora. Una vez acordado con el mecánico la hora que irá, él se vuelve al barco y yo me quedo para localizar a esa persona y habitación donde quedarme esa noche. La española está de viaje y no saben si tardará unas dos semanas en volver. Las habitaciones que veo no me gustan nada. Algunos negros, muy parecidos a los del anuncio de: “me están estresando”, se me pegan para guiarme por un pueblecito bien pequeño y sacarme algo de dinero aunque les diga que no necesito guías. Definitivamente pierdo interés de quedarme en un pueblo que según me dicen es el más bonito de Panamá. Prefiero aprovechar y salir hacia Ciudad de Panamá con los australianos y el californiano… Pero eso ya lo contaré otro día. De momento un haiku más:
Viento del este
Aleja de mi nave
Calor y lluvia

lunes, 20 de octubre de 2008

¡Qué calor hace en el Caribe!

Hasta ahora, hasta llegar al Caribe, me había librado del calor agobiante a lo largo de mi viaje por Sudamérica. Intenté mantenerme siempre trepado sobre los Andes, y así no sufrí demasiado el calor ni siquiera en el entorno del ecuador. Hasta llegar a Maracaibo y ahora en Cartagena…, y más adelante será peor en algunos sitios. Hoy salí a dar un largo paseo junto al mar y me veo una franja sobre las rodillas y en los antebrazos que me recuerda a esos gringos bien “acangrejados”.
Mucha gente anda por las calles casi desnudos (algunos niños del todo). En las noches se llega a sentir casi tanto calor como en el día, bajo la sombra claro, porque el sol aquí es una estrella mortífera. Casi todas las noches busco el fresco y alguna bebida fría en una plaza cercana, que se llena de vecindario en busca de lo mismo. La primera semana fui solo y esta última he ido con un vasco vecino en el hostel. Algunas noches hemos vuelto bastante tarde, con unas cuantas cervezas en el estómago, y aún así con un calor encima que me hace sudar como pollo en asador.
Una noche de estas había en la plaza una pareja de policías, tan jóvenes que uno casi podía pensar que su uniforme verde botella era el traje con el que venían de hacer la primera comunión. Nos pusimos a charlar y me aclararon varios temas que en algún momento toqué en este blog: Resulta que la frontera que finalmente no quise cruzar desde Maracaibo era insegura antes, hace años, pero ahora está militarizada y ya no lo es (para información de los venezolanos que lean esto y creen lo contrario). La carretera estaba cortada ese día por unos piquetes que incendiaron llantas en la ruta y protestaban por cuestiones económicas. El que los motoristas lleven tan a la vista los números de su placa, en casco y chaleco, se debe a que los sicarios, muy jóvenes y numerosos en ciudades como Medellín y Cali, siempre cometían sus asesinatos en moto, pues era más fácil huir y ocultar identidad y placas, por eso obligaron a esa medida que en principio me pareció excesiva. Lo que también me confirmaron es que por la noche policías en moto juntan el tránsito de varios buses y los escoltan en algunos tramos de las rutas que pueden ser peligrosos. Todos están contentos con el presidente Uribe porque ha logrado pacificar el país a base de ampliar la policía y el ejército. Y he pensado que, en otras épocas nada lejanas, ese mismo poder que está dando a los militares serviría después para echarlo del poder a él.
Hoy domingo 19 de octubre cumplo dos semanas en Cartagena de Indias, la primera fue decisión de trabajo: quería poner el blog al día, responder correos almacenados, leer tranquilamente. Esta segunda semana ha sido de espera involuntaria…, no quise marcharme antes en un velero que cruzaba a Panamá, por esperar a un capitán español que me recomendaron en varias partes, y luego esta semana supe que ese capitán no llegaría y que no salía de viaje ningún otro. Finalmente me voy este martes con un viejo lobo de mar, que ha viajado por todo el mundo y ni siquiera sus progenitores eran del sitio donde nacieron. El viaje es de 5 días, aunque se tarda apenas 50 horas en llegar a las islas de San Blas, reserva paradisíaca de los indios kuna, pero estamos otros 3 días navegando entre esas islas. Espero no marearme (nunca me ocurrió), porque en los últimos tiempos me ha pasado varias veces al levantarme de dormir (a causa, supongo, de la otitis que no acaba de curarse y que algunos días me hace sentir otra vez un tapón en el oído), si me sucede tendré que apearme mucho antes de lo previsto.
Estas dos semanas que llevo en Cartagena están marcadas especialmente por las pesadillas, he tenido unas cuantas y algunas con imágenes desagradables e incluso dramáticas. Ciertos sueños me han llegado a dar miedo durante unas horas, las que han durado pegados a la memoria. Porque cuando uno despierta e inmediatamente se pone en acción, habla con gente, llega al trabajo y se deja llevar por las preocupaciones cotidianas, las pesadillas resistentes, esas que marcan porque nos dejan la sensación de haberlas vivido, duran poco tiempo, de pronto afloran en la memoria con pequeñas secuencias repetitivas, que vuelven a dejarnos un poco preocupados, pero son imágenes que pronto supera la realidad. Sin embargo, cuando uno se despierta con una pesadilla que le ha dejado mal cuerpo, y durante horas no habla con nadie, ni desarrolla actividades preocupantes, sólo da vueltas y piensa, y piensa y recuerda… Esas pesadillas duran mucho tiempo, horas, el tiempo suficiente para que uno crea, desde la realidad anodina, que tienen un sentido oculto, que guardan un mensaje profético, que traducen las preocupaciones ocultas. Y entonces…, de verdad que puede llegar a dar más miedo que la realidad o el futuro. ¿Por qué he tenido precisamente tantas pesadillas en estas dos últimas semanas? Podría pensar que son presentimientos y estaría dentro de lo esotérico que tanto me ha gustado siempre, pero en realidad estoy seguro que no es más que sueño poco profundo por culpa del calor.
Calor caribe.
Productor persistente
de danza y sed.

domingo, 12 de octubre de 2008

Cartagena de Indias

El sábado 4 de octubre salí de San Cristóbal con dirección a la frontera de Colombia. Hice todo el camino en taxi, aunque sale en algo más de 20 euros, (increíble en precios europeos si tenemos en cuenta la cantidad de kilómetros que se hacen y que, además, espera al sellado de pasaportes en los dos puestos fronterizos) pero llevo demasiado peso como para hacer todo el trasvase de movilidad hasta llegar a la Terminal de Cúcuta. Allí me subo poco después a un bus, no demasiado cómodo, que me llevará a Cartagena en, se supone, unas 14 ó 15 horas. De entrada sale casi una hora después de lo que me han dicho, pues esperan a que se llene lo más posible. Pasadas las dos horas de viaje nos anuncian, al salir de un pueblo, que debemos dar la vuelta porque nuestra ruta ha sido cortada, dicen que por un accidente, y necesitamos tomar otra de las carreteras que salen de Cúcuta. Estoy muy cansado y consigo dormir temprano, despierto bastante después y veo que circulamos varios buses juntos y que delante van dos motos con ¿militares? Supongo que nos escoltan pero, aunque pienso en el peligro, no llego a despejarme y caigo en un sueño profundo que interrumpe la luz del amanecer, ya sin escoltas. A partir de ahí paramos muchas veces, el ejército que se aposta en la carretera nos registra en varias ocasiones. En uno de los puestos les da por vaciar mi mochila grande, están solos dos muchachos de veintipocos años. Me hacen preguntas absurdas… “¿Qué tipo de películas lleva en esas cintas? = Lo que yo he grabado en el camino. ¿Qué piensa hacer en Colombia? = Pasar unos días… No encuentran nada raro pero me piden con intransigencia que les demuestre soy periodista, y yo a mí vez les pregunto si, de no poder hacerlo, me llevarían preso. Finalmente cambian a una actitud amable y me dejan ir. Aunque estoy a punto de aprovechar y ponerme yo bravo, mientras ayudan torpemente a recoger mis cosas del suelo, prefiero no complicar las cosas, están muy nerviosos, sudan a chorros por la cara, y bajo la ropa y tanto correaje los supongo empapados, imagino que pasan demasiado miedo y calor día tras día, acaban incluso por provocarme ternura cuando nos despedimos.
Al entrar en Barranquilla acumulamos ya unas 5 horas de retraso. Para colmo, paramos en varios puntos del extrarradio de la ciudad para que se llene de nuevo el bus en este último tramo hasta Cartagena. Y, para completar el viaje, a mi lado se sienta un viejo negro que va cortándose sus largas uñas, nimbadas de una aureola negra más oscura todavía que el tono de sus manos. Esa es la ventaja de un viaje tan largo en autobuses, que uno tiene ocasión de relacionarse con mucha variedad de este mundo tan plural.
Al fin llego a Cartagena de Indias, después de 22 horas de viaje, y un taxista me lleva a un hotel del centro donde apenas logro dormir esa noche por el violento ataque de los mosquitos, no me queda otro remedio que apagar el ventilador del ruido exagerado que produce y entonces, además, me ataca el calorazo.
Ese domingo doy unos paseos por el centro, colonial, armonioso, tranquilo. Me dicen por todas partes que la ciudad es segura, que apenas hay delincuencia en el centro, sólo en determinados barrios del extrarradio. Pero en el centro se concentran muchos raterillos y estafadores que te sacan lo que pueden. Dicen que no les compres a los vendedores callejeros, aunque no siempre te los quitas bien de en medio, algunos te ganan con simpatía, y a menudo piden tan poco por su mercancía que da igual si te estafan en el precio. Luego hay que tener cuidado en que no tomen confianza y al final consigan estafarte o birlarte impunemente, pues es difícil poderlos denunciar y ellos lo saben. También hay que regatear en casi todo, cada cual pone su precio y está dispuesto a bajarlo.
Me habían dicho que Cartagena es una ciudad muy bonita y no me ha decepcionado en absoluto. El centro histórico es espectacular y está muy bien cuidado. El barrio viejo que hay al lado, llamado Getsemaní, donde estoy hospedado, está lleno de tipismo y sabor caribeño. Muchos nombres de establecimientos y calles tienen la gracia de los lugares salseros. En esta calle de Getsemaní, llamada “de tripita y media”, la que más frecuento desde que llegué a la ciudad, hay un restaurante con nombre ingenioso: “Llegó al punto, ahora coma”. Aunque también abundan los sitios que se llaman simplemente: Donde Héctor. Donde Rosa…
El lunes 6 de octubre me muevo para ver cómo cruzar a Panamá. Por tierra es imposible, no hay carretera (y si la hubiere también es muy posible que no fuese nada segura). Para cruzar hay varias posibilidades. La más larga y aventurera es contratar una lancha desde algún lugar de la costa cercana a Panamá, especialmente desde Turbo, única ciudad en el golfo de Urabá. Con ella se puede cruzar a la costa colombiana del istmo y luego buscar otros transportes (avioneta o lancha) hasta llegar a una población panameña con carretera. Este viaje, si uno va solo, le puede salir bastante caro, o como poco unos 100 $. Dicen que se debe tener mucho cuidado a quien se contrata si uno va desde Colombia, pues muchas lanchas pasan indocumentados o narcotráfico. Otra posibilidad es el vuelo comercial, diario desde Cartagena en 50 minutos, por 313 $. Y la otra es uno de los varios veleros que hacen la ruta para turistas, tarda 4 ó 5 días, cuesta 350 $ con los alimentos y bebidas incluidos y atraca 1 ó 2 días en el paradisíaco archipiélago de San Blas, reserva de los indios kuna, con muchas islas deshabitadas. Al principio me incliné por el vuelo comercial, pero en una agencia de viajes encontré a unos franceses entusiastas que me convencieron pronto de ir en velero, y en concreto con un capitán español que ahora está todavía en Panamá. Como igualmente quería parar unos días, para escribir en el blog todo lo que llevaba de atraso, no me ha importado esperar esta semana. Si el martes no ha regresado a Cartagena ese capitán español tendré que decidir de qué manera cruzo a Panamá. De momento: acabo de poner al día el blog, respondo a correos, paseo un poco por Cartagena, veo pelis en la tele, leo a Rómulo Gallegos y escribo algunos haikus…
Jungla humana.
Bestias salvajes siembran
temor y rabia.

viernes, 10 de octubre de 2008

Vamos con todo

Este es el slogan que utiliza el gobierno de Hugo Chávez para su campaña de elecciones. Sabemos que un idioma puede tener palabras y expresiones con diferentes significados según el país donde se emplee, o incluso su significado puede variar con cambiar el orden de las palabras o añadirle alguna otra. Por ejemplo, ese “Vamos con todo” sería difícil de entender en España con el mismo concepto que en Venezuela, aquí significa trabajar con todo el impulso, o también moverse a resolverlo todo. En España, al no tener la frase un sentido claro así, se le pondría rápidamente el “nos”, y entonces significaría que cuando acabemos nos lo llevaremos todo, o que ya sabemos que nos iremos pero no pensamos dejar nada para el que venga detrás… Algo así como lo que estamos haciendo con el planeta entero.
Me decía hace poco un amigo, francés, que no sabía si Chávez le hacía gracia o le daba miedo. Y claro, depende de donde seas, si eres español o francés te puede incluso hacer gracia, si eres venezolano o colombiano seguramente te dé miedo. Un amigo español me dijo hace tiempo (como con otros términos me dijeron en Ecuador de su presidente) que no le parecía demasiado malo si tenía tan preocupados y temerosos a los oligarcas del país. Y bueno, depende cómo se mire. Cuando en otros aportes del blog he hablado de los ricos, no me refiero en ningún caso a esos empresarios medianos, o incluso medianamente grandes, que tienen un buen nivel de consumo y producen riqueza, ese nivel es necesario para el desarrollo económico de un país (salvo que uno sea anacrónicamente comunista). Otra cosa es esa oligarquía que decide la economía de un país, que tiene su capital repartido en muchos países y se lo lleva en cuanto no le dan el suficiente beneficio, que más que consumir devora y más que producir riqueza la corrompe. Ese oligarca es el culpable, sobre todo en los países pobres, de las desigualdades sociales que luego acogen y justifican a populistas como Chávez. El problema es que tales populistas del siglo XXI, que no han llegado al poder por la fuerza y controlando de inmediato los resortes de la economía, lo primero que logran es espantar al capital de los oligarcas, que se va siempre con el mejor postor y rara vez tiene patria. Quizás la única utilidad de esos populistas es dejar claro a sus sociedades que ellos han llegado hasta al poder porque antes hubo desigualdades sociales extremas, y que mientras persistan esas desigualdades habrá razones para que el pueblo se levante y reclame.
Es posible que todo esto no tenga ya sentido ante la crisis que se avecina. Esta macrocrisis que puede lograr apropiarse del slogan de Ushuaia. Cuando el mundo se enfrenta a estas situaciones es cuando más quedan al descubierto las profundas injusticias de esta civilización avara que hemos desarrollado. Cuando a los bancos les va bien enriquecen a sus accionistas, cuando les va mal reclaman ayuda a la hacienda de todos. Claro que también se vería injusto obligarlos a devolver ahora lo que ganaron. Recuerda aquella frase de Bertolt Brecht: "¿Qué diferencia puede haber entre quien funda un banco y quien lo asalta?" Pues, desde luego, añado yo, el respeto que les otorga la sociedad y las leyes.
Retomando el tema de Chávez sería bueno dejar claro que no es igual a sus compinches: carece del justo origen de Morales, del talante negociador de Correa, del peso intelectual de Castro. Chávez es un militar megalómano, que seguramente ha optado por un discurso populista tan sólo por oportunismo, o por resentimiento hacia quienes alguna vez lo rechazaron por su color de piel, en un país muy racista que lo seguiría siendo igual, sólo que al revés, bajo la dictadura de los morenos. Ante el indiscutible fracaso del comunismo en países donde tuvo tiempo de sobra para desarrollarse por la fuerza, Chávez intenta ponerlo en práctica durante unos mandatos tan efímeros como cualquier otro tipo de gobierno en democracias electoralistas. El problema es que está tan convencido de lograrlo que da miedo. En la puerta de los cuarteles hay ya siempre un letrero con la frase: “Patria, socialismo o muerte. Venceremos”, al estilo de esa Cuba preparada para una transición inevitable, mientras se apropia de todo lo bolivariano con la intención usurpadora de que ya siempre se relacione al héroe con todo lo suyo. En su delirio “revolucionario” ha presentado cambios de leyes, en una Asamblea que aún controla, con imposiciones como que sólo puedan acceder a Internet funcionarios autorizados y turistas, o que quien tenga alguna habitación en su casa sin darle uso necesario sea obligado a cedérsela a quien no tenga casa propia, o prohibir que las mujeres vayan vestidas “indecorosamente” con faldas cortas o escotes (en un país tropical con más pechos desbordantes que en ningún otro). En Venezuela mucha gente piensa que, gane o pierda las siguientes elecciones, dejará de existir la democracia en su país. Si gana porque se creerá indestructible y gobernará como un caudillo más, si pierde porque preferirá antes un golpe de estado y una guerra civil que reconocer su derrota y abandonar el poder. En noviembre próximo hay elecciones intermedias, a gobernadores y alcaldes. La oposición ya tuvo hace unas semanas unas elecciones propias para elegir candidatos únicos, pues sólo así podrán ganar al oficialismo. Aunque, desde luego, ya no le apoya ni mucho menos la misma cantidad de gente que al principio, pues por entonces representaba un cambio necesario, todavía tiene mucho apoyo en las barriadas y las instituciones.
Con Chávez en el poder los españoles seremos cada vez peor acogidos por la Venezuela oficial. En las calles se utiliza como pintada de la oposición la frase: “Por qué no te callas” y supongo que nunca nos perdonará la cantidad de veces que hace años nos reímos de él en la TV por aquella frase en la que decía que “Victoria” se escribe con Be, tildándolo de ignorante, cuando la ignorancia era nuestra al desconocer que en esta parte del mundo se dice Ve “chica” a lo que en España se dice Uve (¿o quizás todos son unos ignorantes por no decir Uve como en España?) Pienso, con perdón, que todos los seres humanos somos unos ignorantes cuando estamos acabando con nuestra “casa-planeta” con tal de hacerla más “cómoda”, y seremos capaces de matarnos unos a otros con tal de que quienes queden puedan recuperar el “bienestar del progreso”. Las próximas elecciones presidenciales en Venezuela son en el 2012, pero es muy posible que para entonces nada de esto tenga ya sentido, y las urnas no sean más que un vestigio etnológico.