domingo, 17 de agosto de 2008

Trujillo, Huaquillas, Cuenca

Quiero contar primero la anécdota que me “inspiró” el último haiku. En el Campo Santo de Yungay (el pueblo tapado por el alud) una mujer vendía raspados, bebida que surge de raspar sobre un bloque de hielo y luego verter jarabe sobre ese “granizado”. El bloque de hielo que llevaba sobre su carrito era grande y deforme. Ella anunciaba que era hielo del glaciar y lo parecía, lo único que hacía suponer que era falso es que no sería rentable hoy en día. Me recordó aquella película (de Kazan, creo) en la que bajan hielo de las montañas para venderlo, o el cronista que cuenta cómo hacían sorbetes con nieve del Popocatépetl. Gracias a los glaciares había helados en el trópico. Igualmente me llevó a imaginar que el glaciar sigue ahí, enterrado también bajo sus pies, acomodado entre las ruinas del pueblo que arrasó, y que no tienen más que excavar para irle sacando trozos.
El viaje entre Huaraz y Trujillo, la noche del lunes, tampoco fue nada cómodo. Muchos de estos viajes sólo se encuentran de noche, supongo que a la gente se le hace más corto, no pierden un día y ahorran el hospedaje. Hay gente del país que viaja por trabajo así: llegan al amanecer, se mueven durante el día y regresan en la noche. Lo que de entrada me llama más la atención en Trujillo es que la ciudad está llena de taxis. En todo Perú abundan y veo que muchos llevan letreros en japonés. Pregunto el porqué, me cuentan que Fujimori favoreció la importación de vehículos de segunda mano, entraron muchísimos, casi todos de Europa y Japón, y la mayoría hubo que ponerlos a trabajar. En Trujillo hay turismo, no tanto como en Cusco, ni como para que sea un buen negocio tanto taxi, pero también llega gente de todo el mundo. Aquí vienen a ver las ruinas de la gran capital del reino Chimú, Chanchán, un imponente complejo de adobe, anterior a Machu Picchu. En los últimos días he sabido de varios turistas muy decepcionados con las excursiones a Machu Picchu: precios abusivos, masificación, mucho tiempo para llegar y poco de visita… El éxito lo empeora siempre todo, en cambio a Chanchán (con su bonito nombre de remate musical) va muchísima menos gente, está prácticamente dentro de Trujillo y sale muy barato visitarlo, incluido un museo y una pirámide. De acuerdo que no está en un paraje tan espectacular como la fortaleza inca, pero la de los chimús es también harto bonita y bastante más cómoda de visitar. Aparte de eso, y alguna que otra iglesia, Trujillo sólo tiene de atractivo una gran Plaza de Armas rodeada de edificios coloniales, como tantas otras plazas de origen hispano.
El miércoles, en la noche claro está, salí hacia la frontera de Ecuador. Creo que nunca había pasado una frontera tan exótica. Es difícil determinar dónde está la frontera. Uno llega a un lugar llamado Aguas Verdes, el bus te deja frente a una casa donde está la oficina de migración peruana, por donde deambulan muchos más cambistas que policías. Después de pasar por varios puestos, en un deambular absurdo de colas y sellos, puede uno salir “legalmente” del país, y decide hacerlo a lomos de un moto-taxi porque lo aconsejan como el mejor medio para acercarse a la ciudad ecuatoriana. Uno sabe que ha llegado a Huaquillas, Ecuador, porque un policía impide que continúe la moto. Allí mismo hay unos niños, con carretillas rudimentarias de madera, que se ofrecen a llevarte el equipaje hasta el centro del pueblo (bastante distancia a través de un mercado sin fin). La oficina migratoria está varios kilómetros adelante, pero conviene antes sacar el pasaje hacia donde vayas después. Luego ya sí, te subes a un taxi y vas a que te pongan el sello de entrada, bastante más rápido que la salida de Perú, y lo haces para que tu estancia sea legal, pues podrías pasar delante de esa frontera sin que nadie te dijese nada, como podrías salir tranquilamente de la de Perú sin que nadie se enterara, evitando colas y sellos innecesarios., Huaquillas tiene más puestos de mercado que clientes se ven por allí, no sé si será así todos los días pero al menos lo es ese jueves. Lo bueno para nosotros los gringos es que como saben que no les compramos nada te dejan en paz, ni te ofrecen ni te piden, sólo se mueven cuando ven que vas a hacer una foto, que se quitan o se dan la vuelta para no salir.
El camino hacia la ciudad de Cuenca es muy variado. Primero la carretera atraviesa una zona de selva tropical donde destacan los platanales, mientras se va trepando otra vez a los Andes. Después se discurre a través de un valle rodeado de montañas peladas, parecidas a las de la puna. Y por último se entra en una zona de praderas verdes y vacas pintas, con caseríos esparcidos en la montaña, de cara al valle y sus prados, en un estilo que recuerda al norte, a cualquier norte, aunque en este caso, y por unos pocos cientos de kilómetros, sea el norte del sur.
Cuenca es una ciudad muy agradable, si no fuese por el aprecio que le tengo a su homónima española diría que tanto como aquella. En un estilo diferente resulta también monumental. En contraste con Perú se ve todo bastante limpio. Hay niños limpiabotas y algunos te piden dinero, pero no hay miseria ni barrios de chavolas, por el contrario se ven muchas construcciones sencillas pero nuevas y buenas. Me dicen que se debe a la masiva emigración, sobre todo en España, son esos emigrantes que vuelven o mandan dinero el eje del progreso en la ciudad, aunque por otra parte parece que siempre fue una población próspera. Hay gente que me pregunta por qué hay tanto racismo en España, pues cada dos por tres aparecen noticias de agresiones a ecuatorianos y casi siempre coincide que son de esta ciudad. También es de esta ciudad Jefferson Pérez, el marchista ganador de la medalla de plata en Beijing. El día de su victoria, aquí ya de noche, coincide que estoy en la ciudad y veo el fervor que levanta entre sus paisanos. Le pregunto a un cuencano si los de aquí también se llaman conquenses y me mira sorprendidísimo, hace que le repita la palabra con una sonrisa que muestra su incredulidad, como si quisiese decirme que qué imaginación la mía para inventar una palabra tan complicada, cuando lo más normal es llamarse cuencano. Por cierto, en Ecuador se emplea el verbo “coger” con la misma naturalidad que en España. Le explico a un taxista el significado que le dan en otros países de Latinoamérica y le cuesta creerlo. Me pregunta: ¿entonces si uno dice coger el niño en brazos piensan que está refiriéndose a eso otro? ¡Qué retorcidos!
He pasado el fin de semana en un balneario al lado de la ciudad, con aguas termales de origen volcánico. He aprovechado los accesibles precios para ver si me recupero de tanto trajín acumulado. El lunes pretendo seguir viaje a Riobamba, cerca del volcán Chimborazo, por la ruta hacia Quito y la frontera norte. Ahí queda otro haiku, ya que sigo haciendo lo pongo.
Lluvia y selva
Olor inimitable
Sueños de vida

miércoles, 13 de agosto de 2008

Ama sua, ama llulla, ama kella

En Perú no hay caramelos choco-maní, pero si los hubiese estarían con respecto a Argentina en una proporción de casi 2x1, algo más caros que en Bolivia. Aunque el problema es que en Perú puede cambiar bastante el precio de algo, dependiendo de la zona y de la persona. Aconsejan que se regatee pero eso hay que saber hacerlo, además sólo merece la pena cuando se siente un abuso evidente. Hay que preguntar siempre antes, pero cuidado porque muchos tienen facilidad para que no se les entienda bien el precio. Lo contradictorio ahora mismo en Perú es que lleva siete años de crecimiento continuado (la tercera vez en su historia) y sin embargo el presidente Alán García está devaluadísimo, veo que pocos piensan que lo esté haciendo bien; es más, lo acusan de que todo está subiendo mucho, aunque ahora tengan más posibilidades de comprarlo. Por otra parte, parece como si los peruanos estuviesen encabronados. Ya lo había percibido pero, además, ha caído en mis manos una revista peruana (Caretas, la que parece mejor en información general. Hay pocas revistas en papel cuché, pero en papel periódico hay todo tipo de publicaciones, desde sanitarias a porno) y sacan un estudio internacional que sitúa a los peruanos muy cerca de la infelicidad. La conclusión de la revista viene a ser que son envidiosos del triunfo ajeno y que, por lo mismo, quienes tienen hacen ostentación de ello. Aunque quienes tienen mucho no van haciendo ostentación, simplemente es difícil verlos, como suele pasar en algunos países de Latinoamérica viven, compran, estudian y se divierten en sitios muy exclusivos, donde los pobres que tienen acceso es porque trabajan allí. Está claro que el problema, como en toda Latinoamérica, es la desigualdad social que arrastra su historia, no sólo desde la conquista española, con el Inca era igual o peor. En Lima me paré ante la puerta de un palacio, en plena plaza de San Martín, y le pregunté a un bedel qué organismo operaba desde allí. Me respondió que aquello era el club más exclusivo de Perú, donde sólo entraban los más ricos del país y únicamente hombres. En ese momento salía un grupito de ellos, el bedel puso cara de cagarse, literalmente, casi se partió en genuflexiones. ¡Qué personajes! Más que estirados parecían entablillados con soberbia, nunca antes había visto caras que reflejasen tan bien lo duro que es ser rico en Latinoamérica, pobrecitos, la aspereza que deben mostrar en cuanto salen a la calle, lo mucho que les hacen sufrir esos campesinos que alcanzan el poder en virtud de esa peligrosa y estúpida reglamentación llamada democracia, que está bien para los países donde la gente ha sido educada, y no en estos en los que ellos consideran aún al pueblo como animalitos sin alma, como en tiempos de fray Bartolomé. En Perú, por el contrario, no se perciben discriminaciones racistas como en México, ni tampoco intentan salvar a los indígenas en vías de extinción como en Argentina. Es curioso que en la Patagonia andina casi todos los negocios tienen nombres en mapuche, puestos por argentinos que los han buscado en un diccionario y no saben más de la lengua, aquí en cambio muchísima gente habla el quechua y no ves ni una tienda con el nombre en ese idioma. Cuando algo abunda tiene menos importancia. Por cierto, he preguntado a varias personas qué les parece ver tantas prendas y mochilas en manos de europeos con la marca Quechua, pero resulta que no se habían dado cuenta. La relación con México y Argentina viene a propósito porque Perú está casi en el centro, y es curioso cómo se funden aquí los modismos idiomáticos del norte y el sur: dicen fresas y palta, plata y abarrotes; el producto que mejor ejemplifica esta fusión es lo que, extrañamente, en España llamamos “judías” (como me dijo un argentino muy sorprendido: ¿qué tienen que ver los judíos con eso?), en una zona del Perú lo llaman fréjoles (con “e” y a veces acentuado) y en otra parte dicen porotos. El norte y el sur del continente en un mismo país.
En Bolivia además de pobres son humildes, en cuanto les explicas algo que no entienden, o con lo que tú no estás de acuerdo, bajan la cabeza y casi piden disculpas. Quizás necesitan el paso de varios Evos para imbuirse de una dignidad de la que él está siendo abanderado. En Perú no sólo no son humildes si no que además se encabronan, como con ganas de decirte que te vayas a tu país a enmendar allí la plana. Y por otra parte son muy cabezotas, las cosas sólo pueden funcionar como han hecho siempre o como les han dicho. Una anécdota que ejemplifica lo que digo: Voy a Correos en Lima para enviar un DVD a España. Me hacen pasar a una ventanilla de aduana, una señora, sin mirar lo que yo he puesto sobre el disco, lo vuelve a meter en el sobre, lo cierra con mucho “celo” y le pone un papel pegado en donde escribe mis principales datos según el pasaporte, hasta entonces no parecía simpática pero apenas habíamos necesitado hablar. De pronto saca un tampón con tinta negra y me indica un cuadrito del papel para que ponga mi huella dactilar. Le pregunto que para qué es necesario eso y con malos modos me responde que se hace en todos los paquetes, le digo que aquello no es un paquete sólo un DVD y más enojada responde que hay gente que manda cosas peligrosas, le digo que en un DVD no es fácil pegar una bomba y ya muy encabronada me dice que si quiero enviarlo tengo que poner mi huella. A continuación pone el precio (no sé si se vengó pero costaba como dos menús) y me manda a otra ventanilla para que pongan los sellos. Allí pido si me puede poner la mayor cantidad de sellos posible porque es para un filatélico, me responde áspera que hay una ventanilla de filatelia y que mire allí, pienso en más colas y vueltas y le digo que no es para tanto, que sólo quiero que me ponga varios sellos, responde que no me puede poner más de la cantidad (cosa sorprendente) y que el ordenador le dice qué sellos debe poner (más sorprendente aún). Respondo que haga lo que quiera, si en esas circunstancias me pongo a razonar seré yo quien acabe por sentirse ridículo. Lo mejor en Perú es la comida, variada y barata. Un menú en un sitio de peruanos, no de turistas, puede costar poco más de un euro y por lo general está bien cocinado, combinado y rico. Lo peor la suciedad, hay pocos “tachos” de basura, pero para qué si casi nadie los usa. Los hombres tienen costumbre de orinar y escupir en cualquier sitio, y los niños tiran los embases donde cae sin que nadie les diga nada. Para terminar explico qué significan las palabras en quechua del titular, son los tres principios incas: no seas ladrón, no seas mentiroso y no seas ocioso. Precisamente los tres defectos principales de los peruanos hoy en día. Lo peor es que el pueblo se queja de que esos son los defectos de sus políticos y potentados (a menudo los mismos), y los potentados se quejan de que con un pueblo con esos defectos no sirve de nada repartir algo de la riqueza. Hoy mismo le pregunto a un taxista cuál piensa que es la solución. Me responde que un Pinochet (ha estado a punto de ganar uno las elecciones). ¡Apañados estamos!
Tampoco es que sean perezosos, no hay más que ver hasta dónde se ven parcelas plantadas, muy arriba de las montañas y en laderas escarpadas. Lo que ocurre es que tienen muy acentuado el problema latino: siempre hay demasiada gente para hacer cualquier cosa, incluso para mandar (y eso que Maquiavelo nos enseñó hace mucho que en eso cuantos menos mejor, yo incluso soy de los que piensan que en eso suelen sobrar todos). Esta última foto ejemplifica muy bien lo que digo, estos siete empleados (uno no se ve) pasaron un buen rato alrededor de un banco, contándose quien sabe qué, cuando lo único que debían hacer era fijar la losa a los pies del banco. ¡Si se hubiese tratado al menos de fundarlo!

lunes, 11 de agosto de 2008

Cusco, Lima, Huaraz

El lunes pasado tuve que echar mano otra vez de un antidiarreico, pensaba marcharme de Cusco, pero necesitaba tener un baño cerca y no me atreví, lo dejé para el martes. Ese lunes fui a la Terminal a comprar el boleto. No había muchas alternativas, casi todos los viajes salían de noche, y todos cobraban lo mismo por ir a Nazca que a Lima, que era el doble del trayecto. Finalmente decidí hacer la mayor parte del viaje de día, para ver el paisaje, y compré el único que salía a las 10 a.m. que, como además no era cama, resultaba algo más barato, y se suponía que me dejaría en Nazca a las 22:00, que no era demasiado tarde. El viaje prometía ser espectacular, desde Cusco a Nasca se atraviesan los Andes a lo ancho, eso significa subir a cinco alturas de unos cuatro mil metros y bajar hasta el fondo del valle, menos en el último caso que se desciende hasta la costa. El bus no era nuevo ni cómodo, pero no podía imaginar que nos daría tantos problemas. A poco más de una hora de haber salido estuvimos casi dos esperando a que arreglasen algo de una rueda, o un amortiguador. Sólo tres extranjeros en el pasaje: un músico hippie argentino, un torero colombiano y yo, por lo que no había nadie dispuesto a perder la paciencia por eventualidades de este tipo en un país de estas latitudes. De hecho sólo un viejo peruano protestó horas después, ya con unas cinco horas de retraso, y todos lo mirábamos como si fuese un lunático, como preguntándonos en qué país sajón o germano lo habrían educado. Empezamos a bajar cuestas, al borde de profundos precipicios, y el bus gemía como si se fuese a partir, pero qué íbamos a decir. Volvimos a subir montañas y el bus perdía agua, por lo que debíamos parar cada rato a reponerla, y nosotros orgullosos de nuestra paciencia latina. Al llegar a una ciudad llamada Abancay decidieron que cambiásemos a otro bus, más viejo e incómodo pero, como dijeron los chóferes, con ese al menos llegaríamos. El viejo peruano protestó con energía pero los demás sólo queríamos que se callara para salir cuanto antes. Se hizo de noche y paramos en un pueblo a cenar. Cuando volvimos al bus resultó que lo habían llenado con gente de allí y tuvimos que discutir por nuestros asientos (ahí ya sí, faltaría más) y a varios nuevos les tocó ir de pie hasta que se fueron desocupando plazas sobre la marcha. Uno de los primeros en bajarse fue el torero, pensaba llegar sobre las 20:00 al pueblo donde debían recogerlo a las 6:00 del día siguiente para llevarlo a torear a otro pueblo a cuatro horas más de viaje. Finalmente, cerca de las 2:00, llegó a un lugar desolado, con más equipaje del que podía cargar él solo, sin saber dónde podría descansar un poco hasta las 6:00. Me recordó las palizas que se daba mi viejo, sólo que aquí me pareció aún más duro, ya conozco cómo son los caminos, las movilidades, las distancias, imagino cómo serán las plazas, las enfermerías, los toros… Cuando le conté al colombiano mi relación familiar con el mundo taurino, él me habló con entusiasmo de su afición (sólo eso puede motivar a tanto sacrificio cuando ya está claro que no triunfarás) hasta que me preguntó si yo no lo había intentado al menos, le respondí que ni siquiera era un buen aficionado y le noté una mirada mezcla de desconcierto y altivez. Aun así charlamos bastante en todas las paradas, que fueron unas cuantas.
Cuando pasamos por Nasca eran más de las cuatro, el chofer pensaba dejarme en una estación de servicio cerrada. Mi compañero de asiento, un comerciante cusqueño que iba a Lima de compras, y que a lo largo del viaje me había explicado que en Nasca no encontraría nada, que las líneas estaban lejos y no se veían desde abajo, que para ir en avioneta tenía que hacerlo desde Lima…, cuando vio dónde pensaban dejarme a esas horas me pidió que no fuese loco y siguiese hasta Lima. Lógicamente le hice caso, y como tenía pagado el viaje completo no tuve ni que avisarlo. Dormí una pocas horas, lo que pude. Delante iba un viejo impedido que se orinó sobre el asiento y no paró de llamar a gritos a su mamá. Lo mandaban solo a Lima y luego resultó que allí nadie lo esperaba. Detrás iba una mamá con dos niños pequeños, la mayor no paraba de cantar improvisaciones y al otro le cambió los pañales un par de veces sobre la marcha. La variedad de olores a mi alrededor era indescriptible. Si llego a saber esto no dejo de fumar, por lo menos el tabaco anula un poco el olfato.
El camino costero hacia Lima es un largo desierto, con montañas de arena fina que superan lo que entendemos por dunas. Comenzamos a entrar en el perímetro de Lima pasadas las 12:00 después de 26 horas de viaje incomodísimo, y todavía tardamos más de una hora de callejeos y atascos hasta el garaje de la empresa.
Lima es una ciudad enorme y, salvo un reducido centro histórico, es fea, destartalada y sucia, aunque aquí no conocí los guetos de los pobres ricos, que supongo diferente al resto. Los limeños están muy preocupados con la delincuencia y no se fían ni de los taxistas, mi compañero cusqueño llamó a un amigo suyo que funciona como taxi sin licencia, nos recogió y me llevó a un hostal en el centro. La Casona debió ser hace 50 años un hotel muy agradable, con muebles antiguos y un buen restaurante. El problema es que no parecía que le hubiesen hecho nada desde entonces, ni siquiera una limpieza a fondo. Aun así me hizo gracia y decidí quedarme. Por cierto, antiguamente la calle se llamaba Mogollón, pero por un apellido, hoy le vendría mejor porque hay bastante tráfico, en toda la ciudad por culpa de varias grandes obras. Es un hostal de trabajadores peruanos, sin extranjeros. El recepcionista se mostró muy simpático y confianzudo, cuando subimos a la habitación, ya con mi equipaje, se ofreció para todo lo que pudiera necesitar y añadió que esperaba tuviésemos una sincera y profunda amistad al tiempo que me pasaba la mano por la barriga. La verdad es que estuve siempre receloso de cuán profunda pretendía su amistad, pero ha sido en todo momento servicial y correcto. En Lima me pareció suficiente con dar unos paseos por el centro histórico. La llaman la ciudad de los balcones y es lo más llamativo de su arquitectura colonial.
El viernes noche salí para Huaraz, la ciudad más importante del Parque Nacional Huascarán, el segundo pico más alto de Latinoamérica. Esta vez el viaje fue comodísimo, en un bus cama de dos pisos, como los de Argentina. El problema fue llegar a las 6 de la mañana, si te vas a la cama a esa hora pierdes el día, así que opté por contratar una excursión que salía a las 9:30, a unos lagos que están a un lado del Huascarán. En el camino te llevan a ver el “Campo Santo” de un pueblo que fue tapado por un alud en 1970, producto del terremoto que desprendió un glaciar del Huascarán. Compré un librito con declaraciones de supervivientes y llevo dos días sin quitarme de la imaginación las imágenes de la tragedia, lo mismo que me pasó durante muchos días cuando entrevisté a supervivientes del volcán Casitas en Nicaragua, un suceso similar por el huracán Mitch. En el lago, unos voraces mosquitos de alta montaña (viven a casi cuatro mil de altitud) me acribillaron las manos, y el dorso de una se me ha hichado como por picadura de víbora.
En el próximo aporte contaré algunas observaciones sobre los peruanos y el Perú, todavía me faltan unos días para salir del país. Hoy lunes sigo camino hacia el norte, a la ciudad de Trujillo, y aún me faltaría otro tirón más para llegar a la frontera. Sigo con haikus, aunque éste tiene un significado muy de acá:
Nieve tropical
Reservorio de hielo
Para raspados

lunes, 4 de agosto de 2008

Copacabana, Puno, Cusco

Después de pasar la frontera, muy cerca de Copacabana, el bus avanza hacia el norte en dirección Puno. A un lado de la carretera se ve casi todo el tiempo la orilla del lago Titicaca, y parcelas del Altiplano al otro con muchas casitas pobres y bastante ganado pastando. En el lago Titicaca me sorprende ver que he recorrido mucha extensión de sus orillas y su interior (pues al otro día de mi última publicación en el blog fui a unas islas del lago) y no he conseguido ver ni una sola embarcación típica de totora, sólo esa bastante grande que desde luego no es típica. Luego me entero que el tema, como tantos otros de producción con técnicas ancestrales, se ha quedado para exhibiciones a turistas y pronto conseguirán que sea una profesión minoritaria y bien pagada. En el Altiplano, veo las mismas casas pobres de adobe, muchas con techos de totora, que se ven en el lado boliviano. La diferencia es que esta parte peruana se ve más poblada y con más ganado. Veo que pastan juntos rebaños de ovejas, llamas, vacas, cerdos… ¿Cerdos? ¿Qué hacen cerdos rebuscando en la tierra? Mi vecina de asiento es una arequipeña del campo que vuelve de rezarle a la virgen de Copacabana. Me dice que esos cerdos buscan unos grandes gusanos que hay en la tierra para comérselos, y que por eso en su región no consumen los cerdos que vienen del Altiplano.
Puno es la ciudad peruana más importante a orillas del Titicaca, pero aparte de las vistas al lago y su recurso turístico se ve poco encanto y bastante pobreza. Me planteo irme a Cusco en tren, pero cuando voy a la estación me entero de los precios y, como es cuatro veces más caro que el bus, desisto, vuelvo a la Terminal y hago tiempo yendo al puerto en unos triciclos que llaman “cholo taxis” (chola es el nombre de esas señoras con sombrero). Puesto que elijo el bus como movilidad, dudo entre subir hacia el norte por Arequipa o por Cusco, ya que igualmente tengo decidido no ir a Machu Pichu. Por el horario me conviene más Cusco (ellos lo escriben ya siempre con “s” ya que no pronuncian la “z”, y supongo que les incomoda que otros lo hagan pues les costará entender de dónde les hablan) En ese viaje a Cusco dio la casualidad que me colocaron al lado de otro español, castellanoleonés, que viajaba solo. Teníamos muchos temas en común: influencias e inquietudes culturales semejantes de la misma generación, había vivido un año en México..., por lo que conversamos mucho durante el viaje. Al llegar a Cusco, a las 4:30, buscamos hotel, decidimos compartir la habitación y nos hemos pasado un día y medio juntos, en agradable armonía y animada conversación.
Cusco es la antigua capital del imperio incaico, aunque sólo queda de aquello las bases de enormes piedras sobre las que construyeron los conquistadores, y un buen número de sus derrotados descendientes, habituados a ser súbditos del Inca y de quien venga. Algunos de estos descendientes se visten a la antigua usanza y sacan a pasear a su llama, como mascota, para ganarse la vida con las monedas que piden a los turistas por las fotos que les sacan. Pero lo que verdaderamente “llama” la atención en la ciudad son esas bases de enormes piedras que colocaron los incas. Lo llaman muros ciclópeos por el tamaño enorme de las piedras, y sorprende ver lo bien cortadas que están para encajar como en un perfecto puzzle. Se ve que trabajaban pensando en la perdurabilidad y no a “matacaballo” como los que llegaron después. Estos cimientos incaicos son lo único que ha permanecido inalterable en los sucesivos terremotos que destruyeron la ciudad, el último importante en 1950, y lo único que quedará en los terremotos futuros que amenazan la vida del planeta. Cusco, además, es zona sísmica y te lo recuerdan en todos los lugares públicos con esos carteles colocados bajo las vigas maestras, las zonas supuestamente más seguras si se derrumba la casa.
Descarté de antemano subir a Machu Pichu y mantengo la decisión. No me encaja ya, ni por días, ni por ánimos, ni por coste. Hace años me habría gustado ir por el camino del inca, cuando lo hacías a tu aire, conviviendo con hippies y aventureros que compartían historias y hojas de coca sin importar lo que tardaban en recorrerlo. Ahora es una marcha con horarios fijos y guías guardianes, que debes reservar con bastante antelación porque hay demasiada gente en la lista como para dejar que haya tumultos. Y, además, te cobran un dinero importante. Lo del coste para extranjeros me parece exagerado. Hay un tramo que inevitablemente te ves obligado a hacerlo en tren, y está considerado el trayecto más caro del mundo, más de 60 dólares mínimo (ida y vuelta) por un trozo de hora y media. Entrar al Parque cuesta bastante más caro que a La Alhambra, y por lo que parece no se ve en qué meten todo ese dinero recaudado, no se nota en los servicios, ni en el mantenimiento, ni en el nivel de vida de la gente que habita los alrededores. Tampoco vine a este viaje con el objetivo de ir a las ruinas incas, lo era más esquiar en Tierra del Fuego y lo descarté sin problemas. Seguiré viendo Machu Pichu en fotos con los mismos encuadres (parece como si no tuviese otros el sitio) y no se me caerá ninguna lagrimita al decirme: estuve allí al lado pero no llegué.
Mañana lunes salgo en dirección Nasca, ese lugar donde hay unas enormes figuras hechas con piedras en el suelo, que los vondanikeistas aseguran que diseñaron los extraterrestres y los esotéricos opinan ahora que bien pudo haberlas diseñado un chamán en su viaje astral. El caso es que ese sitio, y ese tema, siempre me han llamado más la atención, aunque no sé si decidiré disponer de un presupuesto para verlas desde avioneta o barco, seguramente me conforme con ir al terreno y hacerme una idea. También podría moverme para comprar cactus de San Pedro y procurar verlas como el chamán que las diseñó. Sigo con la inercia de los haikus. ¿Haiku dónde andas?
Fuego y frío
La llama me escupe
Encabronada