jueves, 13 de noviembre de 2008

El patio trasero

Así llaman en América a los países que hay al sur del río Bravo. Los mismos latinoamericanos dicen que son el patio trasero de los gringos del norte (palabra que proviene de “green go”, en alusión al color de sus uniformes y al deseo de que se fuesen). Los “americanos” han dejado claro sus derechos sobre el resto de “su” continente, desde la Doctrina Monroe en 1823 (que avisaba a las potencias europeas de no dejarles intervenir en los asuntos americanos, pues sólo “ellos” tenían ese derecho) pasando por la declaración de Theodore Roosevelt en 1904, que sostenía sin necesidad de argumentos su derecho (incluso obligación) a intervenir en cualquier país latinoamericano que no actuara correctamente, según el parecer de “ellos”. A lo largo del siglo XX han ejercido ese “derecho” en numerosas ocasiones sin reparo alguno: Cuba, Nicaragua, Chile, Panamá…
En Panamá lo tenían incluso puesto en contrato. Los panameños, desde su independencia en 1821, decidieron pertenecer primero a aquella Gran Colombia bolivariana que duró poco y luego a la República de Colombia. Hubo siempre movimientos independentistas, que no prosperaron, hasta que en 1903 los Estados Unidos no consiguieron ratificar un acuerdo con el gobierno colombiano sobre la construcción del canal y, de la noche a la mañana, los panameños se independizaron con el reconocimiento inmediato del poderoso imperio americano, que entonces sí pudo construir el canal sin problemas. La idea del canal de Panamá venía desde lejos, ya se había planteado en tiempos de Carlos I, y en la segunda mitad del XIX lo habían intentado los franceses, con un saldo de 20.000 obreros fallecidos (como en una guerra) casi todos por enfermedades. Los norteamericanos consiguieron erradicar de la zona la fiebre amarilla, la malaria, el comunismo… El contrato que hizo el gobierno estadounidense con el panameño fue revisado en varias ocasiones, incluso la concesión ha pasado ya a manos del pequeño país, pero tengo entendido que en la práctica los norteamericanos siguen teniendo “derecho”, según ese contrato aunque no lo habrían necesitado, a intervenir militarmente si el canal corriese algún peligro, y en realidad no me extrañaría que aún controlaran su organización y al personal directivo, pues si no es probable que el tránsito por el canal sufriese los mismos contratiempos que las fronteras terrestres, y al final fuese mucho más caro y lento (hay que reconocerlo)
Uno de los líderes históricos panameños que más plantaron cara a los norteamericanos fue el general Omar Torrijos, dictador populista que lo mismo eliminó a la oposición que ayudó a los desfavorecidos. Murió en un accidente aéreo de dudosa casualidad. Su amigo y sucesor, Noriega, mantuvo que tenía datos de cómo la CIA había organizado la muerte de ambos, aunque a éste no hizo falta que lo ultimaran, aún está preso en EE.UU. después de ser capturado (acusado de narcotráfico) tras aquella invasión que dejó un saldo de 5.000 víctimas, la mayoría civiles. El presidente actual de Panamá es Martín Torrijos, pero le queda poco tiempo porque se aproximan las elecciones. Un taxista me dice que a su padre, a pesar de que era un dictador militarista, el pueblo lo quería mucho y aún lo añora, pero que su hijo se les olvidará enseguida porque lo único que ha hecho de importancia es encarecer aún más el país. Los ingresos por el canal van ahora íntegros a Panamá pero no se sabe bien a qué bolsillos, en las calles y las carreteras no se nota nada.
El ejército panameño ha sido abolido, creo que ya en dos ocasiones, y convertido en Guardia Nacional que no difería mucho de un cuerpo militar. En Costa Rica se abolió el ejército tras una guerra civil, en 1948, y desde entonces se declaran con orgullo la Suiza de América (aunque pienso que las Suizas de América son más bien Barbados, Bahamas y esos otros paraísos fiscales). El que desde su origen hubiese pocos indígenas y muriesen casi todos de distintas maneras, el que fuese el territorio más alejado del virreinato al que pertenecía, el de Nueva España con capital en Ciudad de Méjico, el que no hubiese minas y viviesen de la agricultura, sin latifundios, conformaron unas características particulares al país, que siempre se benefició de menos desigualdades y caudillismos. Pero Costa Rica también está en el patio trasero de Washington, con “lógicas contradicciones” en su historia: Combatió y venció al aventurero norteamericano William Walker, que se había establecido como presidente de Nicaragua para beneficio de su país, y unos años después se instaló en su territorio la United Fruit Company para controlar desde allí toda Centroamérica. Abolió el ejército para impedir los golpes de estado, y el principal sindicato obrero se llama Rerum Novarum, como aquella encíclica del papa León XIII que apoyaba y justificaba la aceptación por los pobres, católicos, de los ricos católicos. Hoy vuelve a estar como presidente (su segundo mandato) el único Premio Nobel de su historia, Óscar Arias, que recibió el de la Paz en 1987 por su plan para pacificar la región. A parte de este presidente, que tampoco es que sea muy conocido, sería un reto para cualquiera recordar algún “tica” famoso por algún motivo, sea escritor, pintor, cantante o deportista… En eso sí responde a aquello que se decía de Suiza, que en un siglo de guerras Inglaterra desarrolló la Revolución Industrial mientras durante el mismo tiempo en Suiza sólo se inventó el reloj de cuco. Porque resulta que la paz estanca.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Portobelo, Panamá City, David, San José de Costa Rica

El miércoles 29 de octubre, pocas horas después de llegar a Portobelo, salgo en dirección a la ciudad de Colón para seguir lo antes posible a Panamá. Por muchas partes nos han dicho que Colón se ha convertido en la ciudad sin ley, que mejor no darse ni un paseo. Desde el bus que atraviesa la ciudad se ve el abandono de los edificios, la suciedad de las calles, la pobreza de mucha gente. Desde ahí arriba no parecen peligrosos, incluso predomina el ciudadano normal y sonriente, pero es lo que tiene ser extranjero en ciudades con mala reputación, que te acojonan enseguida. Parece claro que la ciudad se compone de unos barrios privilegiados que rodean un centro conflictivo. Llegamos al Terminal y tomamos el autobús que nos ofrecen según bajamos. Antes me he informado con un pasajero de los precios del tren turístico que hace la ruta del canal, y como suponía los precios son para turistas: 35 $ el tren vs. 3 $ del bus. Colón (cuyo nombre proviene de aquel don Cristóbal que pasó por aquí) es la segunda capital del país, y la del canal en la orilla atlántica, mientras que Panamá City es la capital del país y del canal en la vertiente pacífica. Aunque de pacífica parece que tiene ya poco, no ha llegado a la reputación de Colón pero no dejan de avisarte: “Por ahí no camine” “Por aquí no salga de noche”. A pleno sol pregunto en recepción cómo ir al casco viejo y me dicen directamente que mejor vaya y vuelva en taxi, pregunto que si está muy lejos y me responden que no, apenas 6 cuadras, pero que no me conviene ir caminando yo solo. Eso ya es suficiente para hartarme de Panamá City (así la suelen llamar, supongo que porque es también de los yanquis que se la han prestado a los panameños, como el canal). Pregunto si es interesante el casco viejo y ante la expresión decido marcharme de la ciudad esa misma noche. Aunque la tarde y noche anterior no salí apenas porque estaba muy cansado, esa mañana me quedo en la habitación hasta las 14:00 (hora del check out en este hotel) escribiendo lo del viaje en barco (aún por entonces se me mueve el piso, no es broma, hay un momento que llego a preguntarme si no es un temblor). Cuando salgo voy directamente al Terminal, dejo el equipaje, me quito el hambre con cualquier cosa y salgo en un bus a ver las esclusas del canal (por aquello de no perderme en directo el principal atractivo del país, aunque había visto recientemente un buen documental de cómo se hizo). Pido a un tipo que me avise de mi parada, se le olvida, o le da igual (lo digo porque la única gente simpática que encuentro es la que quiere sacarme dinero y dos taxistas ¡en todo el país!). Debo seguir hasta final de línea, regreso, me bajo en donde está el mirador más turístico, con guardia y cafetería, cierra a las 17:00 y son y 17. Salgo a la carretera, espero otro bus para volver a un mirador libre de paso y de pago. Llego casi de noche, hago unas fotos mientras como unos perritos callejeros, me quedo un rato sentado en unos bancos frente al canal, se hace noche cerrada pero hay gente cerca. Espero otro bus, ninguno me lleva de nuevo al Terminal, espero hasta que me voy en uno cualquiera que me deja al borde de una autopista, en un lugar desconocido, oscuro, y me dicen que debo cruzar al otro lado, por un paso elevado donde hay gente durmiendo bajo el techado que lo cubre. Cruzo bastante desconfiado. Al otro lado para en ese momento un bus, le pregunto si va al Terminal y tengo la suerte de oír que sí. Hago tiempo en un cyber, luego cenando, leyendo…, el bus sale a las 10:45, llegaré a David antes de que amanezca, sobre las 5 de la mañana. Me caigo de sueño.
David es la tercera capital, mucho más segura que las otras dos pero sin gracia ninguna, cerca de la frontera con Costa Rica pero lejos del canal y un poco del mar. Que se llame como mi hijo no me hace verla más bonita, ni siquiera singular, pero me siento cansado (aún se me mueve el piso) y encuentro un hotel cómodo y no caro (aunque Panamá lo es bastante más que Colombia y Venezuela y…) El caso es que me quedo dos noches. Pienso en quedarme todo el fin de semana, por no pasar fronteras en días de asueto, pero ¿qué hago dos días más en una ciudad donde no hay para donde pasear sin arriesgarte a pisar “zonas rojas”? (así llaman a las zonas inseguras). Lo único peculiar de David es que veo más casas de empeño de lo normal y varios hoteles con nombres españoles.
Salgo a las 8:00 del sábado 1 de noviembre en un autobús directo a San José de Costa Rica. Pero antes hay que parar en las fronteras. En la de Panamá intentamos ponernos a parte de la cola que hay, porque según nuestro conductor pasaríamos todos en grupo con una relación de nuestros datos que él ha hecho. Lo mismo hacen de otros buses y se arma tremenda bronca: varias colas o más bien ninguna, la gente se insulta, se empujan, la policía no aparece, se ven algunos polis lejos pero es posible que estén más a las “mordidas” que al trabajo. El ambiente se calienta más aún de lo natural del clima. Por fin llegan dos polis, intentan organizar aquello, la gente no hace caso y se acusan unos a otros. En un grupo de gringos hablan entre risas, pienso que se dicen algo así como: “mira, es por estos detalles que somos superiores”. Al fin hacemos una sola cola..., y una hora de cola. Por suerte hay nubes que tapan el sol a ratos. Los gringos aguantan cola y ya no les hace tanta gracia. Según consigue cada quien su visa panameña atraviesa los 200 metros de separación con la cola costarricense. Allí hacemos unas dos horas y se repiten acontecimientos: aglomeración frente a las ventanillas, la gente que se insulta y empuja, la policía que tarda en aparecer, los gringos que ríen… Mi vecino de cola piensa lo mismo que yo antes y lo expresa en voz alta: “estos gringos se ríen de nosotros, y luego lo cuentan en su país y se ríen más, y lo peor es que con razón, estos países nuestros no tienen solución”. En ambas fronteras se ha dado un ejemplo bochornoso, y esta palabra es muy apropiada si añadimos el calor que hace.
Había oído decir siempre que San José era una ciudad muy tranquila. Era…, parece ser que hasta hace no mucho tiempo. El primero que me pone alerta es el seguridad del Terminal, después el taxista, según dice han tomado la ciudad muchos narcotraficantes colombianos y muchos delincuentes nicaragüenses, que han extendido la droga y los asaltos. Me deja en un hotelito que asegura es de muy buena zona, cuando me dispongo a salir dicen que mejor a esas horas no salga por allí solo (las 21:00). Pido una hamburguesa a un “delivery” y ceno en el hotel. Pongo una cadena de tele nacional y me escandalizo, el informativo parece un programa local de sucesos y hasta los presentadores resaltan la nueva ola de violencia. A la mañana siguiente salgo muy temprano y me sorprende ver las calles tan vacías, hasta recordar que es domingo y que así es en las ciudades. Camino cuatro cuadras hasta Tica bus para informarme de los viajes a Managua, a continuación voy a un cajero, en la pantalla dice que está mi tarjeta vencida y busco la fecha de vencimiento por primera vez. ¡Horror! Se han vencido con el mes de octubre. Tengo el dinero justo para otra noche de hotel y dos comidas económicas, en Costa Rica que es el país más caro de cuantos he pisado en este viaje, o bien para el bus hasta Managua, las comidas y quizás una primera noche de hotel allí. La diferencia es que en Nicaragua me espera mi amigo Juancho (bueno, él está en este momento en España pero su mujer sí está allí y también me espera). A las 12:30 sale el último Tica bus a Managua. Visto lo visto en San José, y que ya estoy cansado de dar vueltas, decido irme ese mismo día. Doy un largo paseo por el centro de la ciudad sin encontrar nada especialmente atractivo. Lo más gracioso que me encuentro sucede mientras fotografío esta estatua callejera, la señora de anchas caderas que camina al fondo, con una niña de la mano, se para y dice sin sonreír siquiera: “mira, tú mamá” y sigue de largo. La llegada a Managua ya es otro capítulo. Ahora el haiku, que aún recuerda los días de barco en el Caribe.
Calma velero
Que ebrio de mar y sol
Te tambaleas