jueves, 9 de octubre de 2008

A vueltas para salir de Venezuela

El viernes, 26 de septiembre, volvimos a Tovar para que el viejo se despidiera de sus amigos de allí. Esa misma noche viajábamos los tres en bus desde Tovar a Caracas, allí pasaríamos el fin de semana en la casa de otra de mis “primas”, a la que yo aún no conocía, y el lunes regresaban ellos dos para España mientras que yo seguiría viaje hasta Maracaibo, con intención de pasar a Colombia por esa frontera cercana al mar Caribe.
Caracas me ha parecido la capital más sucia de cuantas he visto en Latinoamérica, más aún que Lima, que le anda a la zaga. Dicen los caraqueños que antes no era así, que se ha deteriorado mucho en la última década. Los antichavistas culpabilizan al Presidente de esta situación pero, aunque no les falte razón, también es bueno aclarar que ellos pronto acabarán haciendo culpable a Chávez de la muerte de Abel. También reconocen que él recuperó un hermoso paseo dedicado a los próceres libertadores, durante años abandonado y en ruinas, o que no se pueda aparcar en todo el centro durante el fin de semana para liberarlo un poco de la contaminación, excesiva en una ciudad sobrecargada de tráfico. La mayoría de los “carros” son muy viejos, pero la gasolina es increíblemente barata. Por cierto, en los estados de la frontera con Colombia comprar gasolina requiere paciencia, los contrabandistas que se la llevan al país vecino, casi legalmente, hacen que no haya “bomba” (estación de servicio) sin una importante cola de espera. Donde no se ve cola es que no le queda gasolina, lo que ocurre también a menudo.
Caracas, como otras capitales de Sudamérica, está rodeada de montes también habitados, en unos casos son barriadas pobres y en otros zonas residenciales caras. Lo demás es un centro donde se mezcla lo colonial con lo horroroso, y unas partes cosmopolitas con la poca gracia que suelen tener en los países pobres. Supongo que muchos caraqueños amarán aún su ciudad aunque la vean sucia y caótica, como se ama a un hijo aunque sea feo o a una madre aunque sea mala, pero quienes no tenemos una relación directa con ella nos vamos decepcionados, si además añadimos que no paran de avisarnos sobre la inseguridad, no resulta una capital acogedora. Tampoco se percibe mejor a Maracaibo, y aquí además el calor se acerca mucho a lo insoportable. El aviso sobre la inseguridad resulta aún más desalentador, el taxista que me lleva a un hotel del centro, porque así se lo pido para conocer esa zona, me aconseja que mejor no salga de la habitación después de las 20:00 horas, que me duerma temprano para salir también temprano en la mañana. Como ese lunes 29 no he conseguido dormir en toda la noche, paso casi todo el día del martes adormilado en la habitación y prácticamente no salgo más que para el almuerzo. El miércoles doy vueltas por el centro, y por un gran mercado callejero que llaman de las “Pulgas”, aunque dudo que aún haya más insectos de esos que mosquitos. La variedad de olores y la cantidad de basura acumulada lo hace un sitio insoportable, pero ocupa tanta extensión del centro de la ciudad que es necesario cruzar muchas partes para ir de un lado a otro. Lo más destacable, aparte de algunas iglesias y plazas, son unas pocas calles con las casas pintadas en colores muy vivos (dicen que así era casi todo el centro de Maracaibo) pero hoy puede verse a mendigos tirados por esas calles y montones de basura en los límites. También son curiosas unas máquinas, de construcción artesanal, que sirven para sacarle el jugo a la caña de azúcar; así en madera sólo las vi allí. Sin el ánimo de ofender a nadie, lo siento, pero tampoco me gusta nada esta ciudad, además, echo de menos las selváticas montañas del Táchira. Que no me busquen en Maracaibo.
El jueves voy al Terminal (en Venezuela se dice en masculino y no en femenino como en otros países) con la intención de viajar a la frontera. Ya me había informado de todo y sabía que la mejor manera de viajar a Maicao, primera ciudad importante en el lado colombiano, es en unos viejos carros (automóviles largos, de esos lanchones típicos americanos) que llenan con cinco pasajeros por viaje. Pero resulta que ese día han cancelado los viajes porque a su vez han cerrado la carretera. En Colón ya me habían avisado que esa ruta era el cruce de frontera más peligroso del país, pero que si conseguía pasar hasta Maicao no tendría ya problemas para seguir. La dificultad se me presenta para llegar hasta esa ciudad, la señora que atiende en la cooperativa me dice que les avisaron hace unas horas del cierre de la ruta por movimientos de la guerrilla, o quizás eran bandas de delincuentes, que de ambas hay siempre por allí. Hablo con mi querida prima y me hace prometerle que no insistiré en pasar así. Se encarga de buscar conexiones por avión para que pueda seguir desde Maracaibo. Por mi parte paso horas entre llamadas y búsquedas en Internet, con la intención de encontrar una opción para llegar a Cartagena sin atravesar por tierra, o incluso cruzar directamente a Panamá, pero ese día ya es imposible, y las opciones que encuentro para otros días me parecen caras de entrada. He dejado el hotel y ya no quiero quedarme más tiempo en Maracaibo, con lo que esa misma noche salgo en dirección San Cristóbal, vuelvo a Táchira aunque con ello dé una vuelta importante. Pasaré a Colombia por la misma frontera que conocí al entrar, Cúcuta, y desde allí viajaré hacia el norte hasta Cartagena. Eso es el sábado ya, con un viaje bastante complicado también, pero eso lo contaré en otro aporte. Ahora, para terminar, un haiku inspirado en las neblinas de Táchira.
Calor húmedo
Cielo sin horizonte
barrera blanca

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