lunes, 11 de agosto de 2008

Cusco, Lima, Huaraz

El lunes pasado tuve que echar mano otra vez de un antidiarreico, pensaba marcharme de Cusco, pero necesitaba tener un baño cerca y no me atreví, lo dejé para el martes. Ese lunes fui a la Terminal a comprar el boleto. No había muchas alternativas, casi todos los viajes salían de noche, y todos cobraban lo mismo por ir a Nazca que a Lima, que era el doble del trayecto. Finalmente decidí hacer la mayor parte del viaje de día, para ver el paisaje, y compré el único que salía a las 10 a.m. que, como además no era cama, resultaba algo más barato, y se suponía que me dejaría en Nazca a las 22:00, que no era demasiado tarde. El viaje prometía ser espectacular, desde Cusco a Nasca se atraviesan los Andes a lo ancho, eso significa subir a cinco alturas de unos cuatro mil metros y bajar hasta el fondo del valle, menos en el último caso que se desciende hasta la costa. El bus no era nuevo ni cómodo, pero no podía imaginar que nos daría tantos problemas. A poco más de una hora de haber salido estuvimos casi dos esperando a que arreglasen algo de una rueda, o un amortiguador. Sólo tres extranjeros en el pasaje: un músico hippie argentino, un torero colombiano y yo, por lo que no había nadie dispuesto a perder la paciencia por eventualidades de este tipo en un país de estas latitudes. De hecho sólo un viejo peruano protestó horas después, ya con unas cinco horas de retraso, y todos lo mirábamos como si fuese un lunático, como preguntándonos en qué país sajón o germano lo habrían educado. Empezamos a bajar cuestas, al borde de profundos precipicios, y el bus gemía como si se fuese a partir, pero qué íbamos a decir. Volvimos a subir montañas y el bus perdía agua, por lo que debíamos parar cada rato a reponerla, y nosotros orgullosos de nuestra paciencia latina. Al llegar a una ciudad llamada Abancay decidieron que cambiásemos a otro bus, más viejo e incómodo pero, como dijeron los chóferes, con ese al menos llegaríamos. El viejo peruano protestó con energía pero los demás sólo queríamos que se callara para salir cuanto antes. Se hizo de noche y paramos en un pueblo a cenar. Cuando volvimos al bus resultó que lo habían llenado con gente de allí y tuvimos que discutir por nuestros asientos (ahí ya sí, faltaría más) y a varios nuevos les tocó ir de pie hasta que se fueron desocupando plazas sobre la marcha. Uno de los primeros en bajarse fue el torero, pensaba llegar sobre las 20:00 al pueblo donde debían recogerlo a las 6:00 del día siguiente para llevarlo a torear a otro pueblo a cuatro horas más de viaje. Finalmente, cerca de las 2:00, llegó a un lugar desolado, con más equipaje del que podía cargar él solo, sin saber dónde podría descansar un poco hasta las 6:00. Me recordó las palizas que se daba mi viejo, sólo que aquí me pareció aún más duro, ya conozco cómo son los caminos, las movilidades, las distancias, imagino cómo serán las plazas, las enfermerías, los toros… Cuando le conté al colombiano mi relación familiar con el mundo taurino, él me habló con entusiasmo de su afición (sólo eso puede motivar a tanto sacrificio cuando ya está claro que no triunfarás) hasta que me preguntó si yo no lo había intentado al menos, le respondí que ni siquiera era un buen aficionado y le noté una mirada mezcla de desconcierto y altivez. Aun así charlamos bastante en todas las paradas, que fueron unas cuantas.
Cuando pasamos por Nasca eran más de las cuatro, el chofer pensaba dejarme en una estación de servicio cerrada. Mi compañero de asiento, un comerciante cusqueño que iba a Lima de compras, y que a lo largo del viaje me había explicado que en Nasca no encontraría nada, que las líneas estaban lejos y no se veían desde abajo, que para ir en avioneta tenía que hacerlo desde Lima…, cuando vio dónde pensaban dejarme a esas horas me pidió que no fuese loco y siguiese hasta Lima. Lógicamente le hice caso, y como tenía pagado el viaje completo no tuve ni que avisarlo. Dormí una pocas horas, lo que pude. Delante iba un viejo impedido que se orinó sobre el asiento y no paró de llamar a gritos a su mamá. Lo mandaban solo a Lima y luego resultó que allí nadie lo esperaba. Detrás iba una mamá con dos niños pequeños, la mayor no paraba de cantar improvisaciones y al otro le cambió los pañales un par de veces sobre la marcha. La variedad de olores a mi alrededor era indescriptible. Si llego a saber esto no dejo de fumar, por lo menos el tabaco anula un poco el olfato.
El camino costero hacia Lima es un largo desierto, con montañas de arena fina que superan lo que entendemos por dunas. Comenzamos a entrar en el perímetro de Lima pasadas las 12:00 después de 26 horas de viaje incomodísimo, y todavía tardamos más de una hora de callejeos y atascos hasta el garaje de la empresa.
Lima es una ciudad enorme y, salvo un reducido centro histórico, es fea, destartalada y sucia, aunque aquí no conocí los guetos de los pobres ricos, que supongo diferente al resto. Los limeños están muy preocupados con la delincuencia y no se fían ni de los taxistas, mi compañero cusqueño llamó a un amigo suyo que funciona como taxi sin licencia, nos recogió y me llevó a un hostal en el centro. La Casona debió ser hace 50 años un hotel muy agradable, con muebles antiguos y un buen restaurante. El problema es que no parecía que le hubiesen hecho nada desde entonces, ni siquiera una limpieza a fondo. Aun así me hizo gracia y decidí quedarme. Por cierto, antiguamente la calle se llamaba Mogollón, pero por un apellido, hoy le vendría mejor porque hay bastante tráfico, en toda la ciudad por culpa de varias grandes obras. Es un hostal de trabajadores peruanos, sin extranjeros. El recepcionista se mostró muy simpático y confianzudo, cuando subimos a la habitación, ya con mi equipaje, se ofreció para todo lo que pudiera necesitar y añadió que esperaba tuviésemos una sincera y profunda amistad al tiempo que me pasaba la mano por la barriga. La verdad es que estuve siempre receloso de cuán profunda pretendía su amistad, pero ha sido en todo momento servicial y correcto. En Lima me pareció suficiente con dar unos paseos por el centro histórico. La llaman la ciudad de los balcones y es lo más llamativo de su arquitectura colonial.
El viernes noche salí para Huaraz, la ciudad más importante del Parque Nacional Huascarán, el segundo pico más alto de Latinoamérica. Esta vez el viaje fue comodísimo, en un bus cama de dos pisos, como los de Argentina. El problema fue llegar a las 6 de la mañana, si te vas a la cama a esa hora pierdes el día, así que opté por contratar una excursión que salía a las 9:30, a unos lagos que están a un lado del Huascarán. En el camino te llevan a ver el “Campo Santo” de un pueblo que fue tapado por un alud en 1970, producto del terremoto que desprendió un glaciar del Huascarán. Compré un librito con declaraciones de supervivientes y llevo dos días sin quitarme de la imaginación las imágenes de la tragedia, lo mismo que me pasó durante muchos días cuando entrevisté a supervivientes del volcán Casitas en Nicaragua, un suceso similar por el huracán Mitch. En el lago, unos voraces mosquitos de alta montaña (viven a casi cuatro mil de altitud) me acribillaron las manos, y el dorso de una se me ha hichado como por picadura de víbora.
En el próximo aporte contaré algunas observaciones sobre los peruanos y el Perú, todavía me faltan unos días para salir del país. Hoy lunes sigo camino hacia el norte, a la ciudad de Trujillo, y aún me faltaría otro tirón más para llegar a la frontera. Sigo con haikus, aunque éste tiene un significado muy de acá:
Nieve tropical
Reservorio de hielo
Para raspados

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola! Soy Carlos Buhler, el Americano con quien cenaste en Argentina con Hans Brauner-Osborne. Lastima que no nos vamos a ver en Huaraz! Voy a llegar en Huaraz el dia 19 o 20 de agosto para el festival de Cine Inkafest. Estoy en el jurado del festival. Suerte en tus aventuras!!! Y un abrazo de Canada. Hans ha terminado su blog sobre nuestra pequena aventura en San Lorenzo.Ciao,

Carlos

Anónimo dijo...

Richi, indescriptible ese viaje en bus :) Me alegro que de sigas adelante con tus aventuras, con sus incomodidades y epifanías. Suerte y te sigo leyendo.