domingo, 17 de agosto de 2008

Trujillo, Huaquillas, Cuenca

Quiero contar primero la anécdota que me “inspiró” el último haiku. En el Campo Santo de Yungay (el pueblo tapado por el alud) una mujer vendía raspados, bebida que surge de raspar sobre un bloque de hielo y luego verter jarabe sobre ese “granizado”. El bloque de hielo que llevaba sobre su carrito era grande y deforme. Ella anunciaba que era hielo del glaciar y lo parecía, lo único que hacía suponer que era falso es que no sería rentable hoy en día. Me recordó aquella película (de Kazan, creo) en la que bajan hielo de las montañas para venderlo, o el cronista que cuenta cómo hacían sorbetes con nieve del Popocatépetl. Gracias a los glaciares había helados en el trópico. Igualmente me llevó a imaginar que el glaciar sigue ahí, enterrado también bajo sus pies, acomodado entre las ruinas del pueblo que arrasó, y que no tienen más que excavar para irle sacando trozos.
El viaje entre Huaraz y Trujillo, la noche del lunes, tampoco fue nada cómodo. Muchos de estos viajes sólo se encuentran de noche, supongo que a la gente se le hace más corto, no pierden un día y ahorran el hospedaje. Hay gente del país que viaja por trabajo así: llegan al amanecer, se mueven durante el día y regresan en la noche. Lo que de entrada me llama más la atención en Trujillo es que la ciudad está llena de taxis. En todo Perú abundan y veo que muchos llevan letreros en japonés. Pregunto el porqué, me cuentan que Fujimori favoreció la importación de vehículos de segunda mano, entraron muchísimos, casi todos de Europa y Japón, y la mayoría hubo que ponerlos a trabajar. En Trujillo hay turismo, no tanto como en Cusco, ni como para que sea un buen negocio tanto taxi, pero también llega gente de todo el mundo. Aquí vienen a ver las ruinas de la gran capital del reino Chimú, Chanchán, un imponente complejo de adobe, anterior a Machu Picchu. En los últimos días he sabido de varios turistas muy decepcionados con las excursiones a Machu Picchu: precios abusivos, masificación, mucho tiempo para llegar y poco de visita… El éxito lo empeora siempre todo, en cambio a Chanchán (con su bonito nombre de remate musical) va muchísima menos gente, está prácticamente dentro de Trujillo y sale muy barato visitarlo, incluido un museo y una pirámide. De acuerdo que no está en un paraje tan espectacular como la fortaleza inca, pero la de los chimús es también harto bonita y bastante más cómoda de visitar. Aparte de eso, y alguna que otra iglesia, Trujillo sólo tiene de atractivo una gran Plaza de Armas rodeada de edificios coloniales, como tantas otras plazas de origen hispano.
El miércoles, en la noche claro está, salí hacia la frontera de Ecuador. Creo que nunca había pasado una frontera tan exótica. Es difícil determinar dónde está la frontera. Uno llega a un lugar llamado Aguas Verdes, el bus te deja frente a una casa donde está la oficina de migración peruana, por donde deambulan muchos más cambistas que policías. Después de pasar por varios puestos, en un deambular absurdo de colas y sellos, puede uno salir “legalmente” del país, y decide hacerlo a lomos de un moto-taxi porque lo aconsejan como el mejor medio para acercarse a la ciudad ecuatoriana. Uno sabe que ha llegado a Huaquillas, Ecuador, porque un policía impide que continúe la moto. Allí mismo hay unos niños, con carretillas rudimentarias de madera, que se ofrecen a llevarte el equipaje hasta el centro del pueblo (bastante distancia a través de un mercado sin fin). La oficina migratoria está varios kilómetros adelante, pero conviene antes sacar el pasaje hacia donde vayas después. Luego ya sí, te subes a un taxi y vas a que te pongan el sello de entrada, bastante más rápido que la salida de Perú, y lo haces para que tu estancia sea legal, pues podrías pasar delante de esa frontera sin que nadie te dijese nada, como podrías salir tranquilamente de la de Perú sin que nadie se enterara, evitando colas y sellos innecesarios., Huaquillas tiene más puestos de mercado que clientes se ven por allí, no sé si será así todos los días pero al menos lo es ese jueves. Lo bueno para nosotros los gringos es que como saben que no les compramos nada te dejan en paz, ni te ofrecen ni te piden, sólo se mueven cuando ven que vas a hacer una foto, que se quitan o se dan la vuelta para no salir.
El camino hacia la ciudad de Cuenca es muy variado. Primero la carretera atraviesa una zona de selva tropical donde destacan los platanales, mientras se va trepando otra vez a los Andes. Después se discurre a través de un valle rodeado de montañas peladas, parecidas a las de la puna. Y por último se entra en una zona de praderas verdes y vacas pintas, con caseríos esparcidos en la montaña, de cara al valle y sus prados, en un estilo que recuerda al norte, a cualquier norte, aunque en este caso, y por unos pocos cientos de kilómetros, sea el norte del sur.
Cuenca es una ciudad muy agradable, si no fuese por el aprecio que le tengo a su homónima española diría que tanto como aquella. En un estilo diferente resulta también monumental. En contraste con Perú se ve todo bastante limpio. Hay niños limpiabotas y algunos te piden dinero, pero no hay miseria ni barrios de chavolas, por el contrario se ven muchas construcciones sencillas pero nuevas y buenas. Me dicen que se debe a la masiva emigración, sobre todo en España, son esos emigrantes que vuelven o mandan dinero el eje del progreso en la ciudad, aunque por otra parte parece que siempre fue una población próspera. Hay gente que me pregunta por qué hay tanto racismo en España, pues cada dos por tres aparecen noticias de agresiones a ecuatorianos y casi siempre coincide que son de esta ciudad. También es de esta ciudad Jefferson Pérez, el marchista ganador de la medalla de plata en Beijing. El día de su victoria, aquí ya de noche, coincide que estoy en la ciudad y veo el fervor que levanta entre sus paisanos. Le pregunto a un cuencano si los de aquí también se llaman conquenses y me mira sorprendidísimo, hace que le repita la palabra con una sonrisa que muestra su incredulidad, como si quisiese decirme que qué imaginación la mía para inventar una palabra tan complicada, cuando lo más normal es llamarse cuencano. Por cierto, en Ecuador se emplea el verbo “coger” con la misma naturalidad que en España. Le explico a un taxista el significado que le dan en otros países de Latinoamérica y le cuesta creerlo. Me pregunta: ¿entonces si uno dice coger el niño en brazos piensan que está refiriéndose a eso otro? ¡Qué retorcidos!
He pasado el fin de semana en un balneario al lado de la ciudad, con aguas termales de origen volcánico. He aprovechado los accesibles precios para ver si me recupero de tanto trajín acumulado. El lunes pretendo seguir viaje a Riobamba, cerca del volcán Chimborazo, por la ruta hacia Quito y la frontera norte. Ahí queda otro haiku, ya que sigo haciendo lo pongo.
Lluvia y selva
Olor inimitable
Sueños de vida

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En la cúspide de la montaña sólo se ve el espacio infinito.

Cómo sentarse en meditación, nadie lo sabe.

La luna solitaria brilla sobre el estanque helado.

Pero en el estanque no hay luna.

Un abrazo: Rafael Haiku

Anónimo dijo...

He regresado ayer de Valparaiso. Te pensaba y miraba lo que te perdiste.
Pero vuelvo a leerte y observo que lo mágico y el humor siguen contigo.
Estoy a pleno con Almacenarte. Ya te contaré más.
Mientras me sigo preguntando dondeandaramirichi.
Hay más fotos menducas? Creo que si.
Kilometros de beso y abrazo.

Unknown dijo...

RICARDO!!! dios mio!! hacía tanto que no veia tu blog que ya ni estas en Argentina!!! En fin, ya veo que todo sigue bien!!
Nosotros por fin hemos logrado quetar para hacer el Zoolander!! siiiiii!! por fin!! será este sábado 30, a ver si te animas!! no?
estaria guay poder verla a la vez y comentar por el messenger jijijiji
Bueno guapo, a ver si te mando un mail y ya te cuento más despacio.
MIL BESOS!!! te echamos de menos!!
MUAC MUAC